EL MUNDO 04/08/13
MANUEL JABOIS
Una de las señales de que el verano se termina es cuando en los periódicos vuelve a escribirse de Cataluña. El verano es una estación entre dos posados, el de Ana Obregón y el nacionalista, y cualquiera que siga escribiendo en esas fechas en realidad está descansando de Cataluña. «¿Por qué escribes en agosto?», me preguntan. «Para no hacerlo de Artur Mas», contesto. No escribir de Mas es como no escribir de fútbol: tiempo libre. Son unas vacaciones que algunos aprovechamos para escribir cuanto más mejor, pues de esa manera llegaremos más descansados a la Diada. Esta nueva temporada por ejemplo Convergència anuncia que la Cataluña productiva vive de la España subsidiada. Hay que tener las chanclas bien puestas y gastarse un buen moreno para que en agosto se pueda pensar un cartel así. De repente muchos volvemos al trabajo, o sea a Cataluña, más subvencionados de lo que nos fuimos, como si en estos dos meses Barcelona hubiera clausurado sus playas y las hubiese desplazado a Madrid para producir mejor. Cada año hay en este regreso a la actualidad una atención insana por ver las nuevas tendencias del otoño/invierno alrededor de la Generalitat, que va afinando más el mensaje y se deja de circunloquios; un destape progresivo de ideas hasta llegar a la fundamental, que es la explotación inhumana que se está haciendo en España de su región más próspera, libre y desintoxicada, como si en cualquier momento Nike se plantease hacer las zapatillas allí. ¡Si hasta los duques de Palma se fueron a Pedralbes huyendo de la subvención! ¡Si hasta los Pujol, familia de nombre en Cataluña, tuvieron que sacar el dinero de las queridas cajas catalanas para ponerlo a salvo de Madrid! Y miles de personas, el 11 de septiembre, unirán sus manos formando una cadena humana que rodeará las tierras catalanas para no dejar salir un euro más, por lo menos hacia el sur. El impacto de esto es grande porque en verano los asuntos catalanes es como si no existieran o como si existieran menos, y la sensación entonces es que efectivamente se han independizado. De hecho de consumarse la independencia se produciría una situación similar a olvidársenos cambiar la hora: una especie de verano continuo, una suspensión de las tensiones. Algo que de repente se fulmina con la Diada, que nos recuerda que todos seguimos dependiendo de todos hasta el punto de que nos tenemos que dar la mano para que no sea así.