Si la declaración conjunta contra el terrorismo de Chávez y Zapatero ha de servir de algo, visto que para aquél las FARC no son terroristas, habría que preguntarle si a su juicio lo es ETA. De otro modo, estaríamos participando en una lamentable farsa.
Hay algo que se echa en falta una y otra vez en la política exterior española: dignidad. El concepto romano de dignitas no se refiere a una posición de poder, sino a quien se comporta haciéndose merecedor del reconocimiento público. Resulta lógico que el Gobierno actúe con cautela si quiere mejorar la suerte de los perseguidos en Cuba, pero no que deje ver con tanta claridad su actitud reverencial respecto de una dictadura que para nada ha emprendido el proceso de reformas que Moratinos dice querer acompañar con un «diálogo exigente». Es también razonable que no entre a la bronca buscada por el mandamás de Venezuela cuando un juez en su auto pone sobre el tapete unas relaciones entre organizaciones terroristas, FARC y ETA, suficientemente documentadas y al parecer avaladas por su régimen autoritario, pero no que la petición de explicaciones en principio apuntada por el presidente Zapatero sea sucedida por un repliegue que llega hasta el punto de soportar sin adecuada respuesta los zafios insultos al juez pronunciados por el ministro venezolano, con el refrendo de Chávez.
Claro que Zapatero y Moratinos no están solos, e incluso el primero salvó la cara con la rotunda declaración de condena en el vacío, sin repercusión alguna, pronunciada desde la presidencia semestral de la Unión Europea. Peor fue la ceguera voluntaria de Lula. Al parecer, reverdece una izquierda que sigue tratando con afecto a los dictadores que endosan el disfraz del socialismo, olvidando el enorme coste político y moral de otra ceguera voluntaria, la que ignoró el gulag. Cierra el círculo la increíble declaración del Congreso que se centra en dar el pésame a la familia y lamentar la muerte del opositor Zapata por su huelga de hambre y en «reiterar su compromiso con Cuba» (sic, ¿con qué Cuba?). Pide, no exige, «la libertad de los presos de conciencia» (no políticos) y condena «las limitaciones (más sic) de las libertades públicas» en la isla. Hay allí, añaden, «falta de protección a los derechos humanos»; no hablemos de violación sistemática de los mismos. Vergonzoso. El PP lo ha suscrito y de paso mantiene la carga contra Garzón, recordándonos que siempre hay alguien que empeore al Gobierno.
Tanto o más grave es el tema de la imputada protección que Chávez otorgaría a las organizaciones terroristas como FARC y ETA, y al intercambio de servicios entre ambas. Más allá del ruido de las declaraciones, resulta trascendental comprobar o no si el panorama descrito por el juez corresponde a la realidad.
El apoyo encubierto a la lucha armada, esto es, al terrorismo de las FARC, encaja sin dificultad en el doble juego de palabras utilizado por Chávez. Nuestro espadón habla siempre del amor a Colombia y de sus deseos de paz para ese país, al tiempo que niega «por Dios y por mi santa madre» toda implicación con el terrorismo y la guerrilla.
Sólo que luego ese amor resulta transferido a la reconstrucción de la Gran Colombia en su proyecto bolivariano, y el Gobierno legal de Bogotá pasa a ser el gran enemigo, servidor del imperialismo norteamericano, debiendo ser derrocado. Consecuencia: guerrilleros y terroristas de las FARC no son tales, sino un ejército de liberación que ejerce con plena legitimidad el derecho a la insurrección. El terror como tal desaparece del discurso; deviene instrumento positivo para la realización de su sueño imperialista.
La benevolencia hacia ETA respondería a la extrapolación de ese planteamiento, desde la atención preferente a las FARC. Chávez, aliado de Ahmadineyad, no teoriza sobre el papel del terror, pero sí suscribe los planteamientos de quienes ven en el terrorismo, singularmente islámico, la principal estrategia para provocar la derrota del imperialismo. Entra aquí en escena un curioso personaje, politólogo español también simpatizante de Ahmadineyad, que ha cubierto una trayectoria de falso giro a la izquierda, sobre un fondo de continuidad, desde un fascismo azul hasta una posición similar, pero teñida de rojo. Su libro sobre la «guerra asimétrica», un auténtico bodrio, ha sido editado por Chávez a 30.000 ejemplares, con destino a sus fuerzas armadas, lo cual prueba la adhesión del venezolano a tales ideas. Seudo-izquierdismo racista e islamismo «revolucionario» se funden en la receta, con el terrorista Carlos como emblema. Buena olla podrida.
En suma, si la declaración conjunta contra el terrorismo de Chávez y Zapatero ha de servir de algo, visto que para aquél las FARC no son terroristas, habría que preguntarle si a su juicio lo es ETA. De otro modo, estaríamos participando en una lamentable farsa.
Antonio Elorza, EL PAÍS, 13/3/2010