Fuerzas ciegas

JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 29/12/13

· Por encima de cualquier otra consideración, los partidos existen para construir o para destruir. O bien apuntalan un orden, o bien colaboran a su voladura. Esta condición vocacional, genética, es la que realmente determina el encaje de cada fuerza política en su contexto histórico. Al menos desde la Revolución Francesa.

Desde esta óptica, resultan insignificantes las caracterizaciones ideológicas y, por supuesto, los matices programáticos. Este concreto partido, o aquel otro, aquí y ahora, ¿ordena o desordena, refuerza o debilita, construye o destruye? Cualquier lector atento al siglo XX español sabe que, desde su nacimiento, ERC fue una fuerza destructiva. Cuando despertó del letargo franquista, siguió siéndolo.

Un viejo y destacado miembro de Esquerra decidió ponerse del lado constructivo, institucional. Como consecuencia más visible, su memoria no la reivindica ERC sino el constitucionalismo catalán. Hablamos de Josep Tarradellas, que al regresar del exilio francés contribuyó al triunfo de la Transición, a la consolidación de la Monarquía parlamentaria y al encauzamiento democrático de un catalanismo político cuyas súbitas fiebres conocía de antiguo. Y todo eso lo hizo encarnando la Generalidad republicana («restaurada» se llamó entonces). No está mal, ¿verdad? En cuanto a sus antiguas siglas, quedaron administradas por un siniestro racista que hoy, cuando todo vale, vuelve a ser pasmódicamente reivindicado.

Tras diversas mutaciones, y pese a su experiencia de gobierno durante los tripartitos, ERC no logra sacudirse su ADN: nació para estallar, es suraisond’être. Así volverá a quedar de manifiesto cuando su presidente declare la independencia de Cataluña a finales de 2014 o principios de 2015.

Porque eso va a pasar; supongo que no se le escapa a ninguno de mis atentos lectores. La propensión a ordenar, asegurar, consolidar; la pulsión por desbaratar, minar, romper; ¿acaso significan algo si no atendemos al carácter del sistema? ¿Acaso no hay sistemas que merecen ser dinamitados? Mi respuesta es que aquellas propensiones y pulsiones sí son significativas independientemente del entorno político a ordenar o desordenar.

Creo que las formaciones nacidas para destruir seguirán destruyendo cuando el entorno cambie. Pero esto no importa a los efectos de este artículo. Estamos en la España de principios del siglo XXI. A este país, ¿cómo le irá mejor, regenerando el sistema constitucional de 1978 o dándolo por muerto? Pues bien, ni siquiera en el caso de que este sistema fuera detestable y antidemocrático, como el franquismo, podría optar por la ruptura nadie que guarde memoria de la Transición (de la ley a la ley) y de sus extraordinarios frutos.

A fortiori, esta España, que es un Estado de Derecho perfectamente homologable, miembro de la UE y del sistema Euro, aliado fiel y activo de la OTAN que no rehuye responsabilidades difíciles, cabeza de una desbordante comunidad de países con los que compartimos lengua y valores, esta España que hoy está enferma en su economía, su ética pública, sus instituciones y su unidad, no merece la eutanasia sino la curación. Necesita reformas y regeneración, no pillaje y traiciones. Necesita que se apliquen sus leyes, no que se soslaye su cumplimiento con los mismos politiqueos de camarilla que le indujeron la enfermedad, el déficit democrático.

Creyendo que la oportunidad era irrepetible, que nunca iba a dar con una España más débil, afligida y desmotivada, la coalición CiU –tradicionalmente considerada una fuerza secundaria garante del sistema, con sus cosillas pero a la postre constructiva– exhibió por fin su condición y se constituyó en obstáculo principal para la recuperación económica, moral y democrática de la nación.

Cualquiera que hubiera leído a Pujol sabía que existía el gen dormido. Que un día había de despertar. Que era algo fatal.

JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 29/12/13