EL CORREO 09/01/14
· En plena convulsión por la imputación de la Infanta, Urkullu consuma un giro histórico en el nacionalismo al cuestionar la vigencia de la Monarquía.
Iñigo Urkullu rompió ayer el último tabú del nacionalismo institucional, que nunca se había definido abiertamente ni monárquico ni republicano, pese a la cordial relación que el PNV ha exhibido históricamente con la Corona por razones sobre todo de pragmatismo político. Pero las cosas empezaron a cambiar cuando la Monarquía encabezada por Juan Carlos I se sumió en una profunda crisis de credibilidad que le ha hecho desplomarse en su valoración ciudadana como institución y, sobre todo, a raíz de la llegada del propio Urkullu a la cima del poder interno en el PNV, donde exhibió una actitud desprejuiciada respecto a asuntos que, como el de la forma de Estado, habían nadado hasta entonces en una cómoda indefinición. Aunque Urkullu ya había abogado, siendo aún presidente del PNV, por la supresión de la Monarquía al considerarla un «anacronismo» en pleno siglo XXI, ayer fue un paso más allá al declararse partidario de la República. Y al hacerlo ya como lehendakari y tras recordar que él es, según el ordenamiento vigente, el máximo representante del Estado en Euskadi.
Las palabras que pronunció ayer Urkullu, en el turno de preguntas tras su comparecencia con los rectores de la UPV, Deusto y Mondragón para presentar un convenio firmado en el marco del plan de paz y convivencia, revisten un enorme calado político. Por el contexto en el que se producen, por las implicaciones políticas que tienen y por su carácter inédito, que perfila el final de un giro lento, como el de los transatlánticos, pero sostenido de los máximos representantes jeltzales. La cúpula política e institucional ha pasado de exhibir una deferente tolerancia hacia la institución monárquica –en un clima en el que a quienes la ponían en solfa, como el senador Iñaki Anasagasti, se les veía como una exótica excepción– a pedir directamente su abolición, cuestionando sin ambages el actual modelo de Estado. Una especie de brecha generacional, que Urkullu, que nunca ha ocultado un cierto afán modernizador del discurso jeltzale, consumó ayer al dejar atrás la vieja idea de honda tradición foralista del pacto con la Corona.
En plena convulsión por la segunda imputación de la Infanta Cristina por el ‘caso Noós’,que esta vez podría llevar a la hija del Rey a prestar declaración ante el juez por los presuntos delitos de blanqueo de capitales y fraude fiscal a través de la inmobiliaria fantasma que poseía a medias con su esposo, el lehendakari no eludió las preguntas sobre la Monarquía, pese a que podría haber echado balones fuera, de haber querido. No fue un ‘calentón’ del momento ni un ‘lapsus linguae’ sino una reflexión que Urkullu –que, como subrayan en su entorno, jamás ha sido monárquico–, lleva madurando desde hace tiempo y que empezó a verbalizar en público cuando, aún como líder del EBB, en abril de 2012, pidió suprimir la Corona tras las «bochornosas» instantáneas del Rey en una cacería de elefantes en Botswana. «No creo que la Monarquía sea, en democracia, y sobre todo en la Europa occidental, el modelo institucional más representativo», constató ayer el lehendakari, que recalcó que existen otras formas de Estado «en el mundo actual que obedecen más fielmente a la voluntad de la ciudadanía». Al concluir la respuesta, un periodista le preguntó directamente si se refería a la República, a lo que Urkullu contestó: «Evidentemente. No va a ser a la dictadura».
Problemas de salud
Blanco y en botella, por lo tanto. Urkullu podía haberse refugiado en la retórica o haberse limitado a constatar los síntomas de agotamiento de la institución como hizo el martes el presidente de su partido, Andoni Ortuzar, que pareció sugerir la conveniencia de la abdicación de Don Juan Carlos en su hijo Felipe de Borbón al comentar, al hilo del titubeante discurso que el Rey pronunció durante la Pascua Militar, que es importante «saber irse a tiempo». Pero el lehendakari, que jamás improvisa, tenía toda la intención de ir más allá. No quería limitar su valoración a los problemas de salud del Monarca, que dijo «respetar». Y quiso aprovechar para hacer una reflexión más profunda sobre la vigencia –más bien sobre la caducidad– de un sistema en el que la jefatura del Estado es hereditaria.
Consciente de que, con la Monarquía en sus horas más bajas, declararse a favor del mantenimiento del ‘statu quo’ es más bien impopular, Urkullu se desembarazó de un plumazo del discurso ambiguo del PNV y se declaró abiertamente republicano, un modelo del que Sabin Etxea ha recelado tradicionalmente al considerar que, frente al papel de arbitraje del Monarca, un presidente de la República de cualquiera de los dos partidos mayoritarios nunca inclinaría la balanza a favor de los nacionalismos. Pero Urkullu quiso dejar claro que el verdadero debate hoy día es si la Corona está cumpliendo fielmente ese «papel moderador» que le encomienda la Constitución. Y concluyó que no, y que, particularmente, ha fallado a la hora de «armonizar la realidad institucional desde el respeto a las nacionalidades históricas», una cuestión que entronca con la permanente denuncia de la crisis en la que, a su juicio, está sumido el modelo de Estado.
De hecho, se permitió incluso lanzar un indisimulado dardo al PSOE al preguntarse cómo es posible que partidos «que se dicen constitucionalistas y han tenido en su ADN el planteamiento de la República» ni siquiera «sean capaces» de promover una reforma de la Constitución para modificar el modelo de Estado.
Urkullu, que cifra sus esperanzas de lograr un acuerdo sobre autogobierno en el federalismo del PSOE –su dirección recibió abucheos en la última conferencia política al considerar que no es el momento de abrir el melón de la abolición de la Corona–, subrayó así que él es uno de los pocos líderes de primera fila que ha abogado sin ambages por la República. Los socialistas –y solo algunos, como Tomás Gómez o Pere Navarro– se han limitado a pedir la abdicación. El lehendakari, que acudió con normalidad a Zarzuela tras su investidura –aunque se cuestionó si su ausencia en la inauguración de la planta de coque de Petronor tenía que ver con la presencia del Príncipe– tendrá oportunidad de volver a verse cara a cara con el Monarca en la gran cumbre económica de los próximos 3 y 4 de marzo en Bilbao.
EL CORREO 09/01/14