Rajoy pasa del desarme

EL COREO 27/02/14
ALBERTO AYALA

· El presidente, que evita confrontar con Urkullu, declina poner en valor la entrega de armas por parte de ETA y urge su disolución
· No parece dispuesto a hacer cesiones a cambio del sellado de zulos

Al nacionalismo vasco no le hizo ninguna gracia que el martes, primera jornada del Debate sobre el Estado de la Nación, tanto el presidente Rajoy como el líder de la oposición, Pérez Rubalcaba, hicieran un sonoro mutis por el foro sobre el final de ETA. Ayer el pleno parlamentario más importante del año sí abordó el asunto; brevemente, casi de pasada. Pero es bastante probable que el PNV y, sobre todo, la izquierda abertzale se quedaran más preocupados de lo que ya estaban tras escuchar al jefe del Ejecutivo y al portavoz del grupo popular en el Congreso, el alavés Alfonso Alonso.

Esteban González Pons y María Dolores de Cospedal, probablemente con la mirada puesta en ese sector de su electorado limítrofe con UPyD y Vox, se emplearon a fondo el fin de semana contra el simulacro de entrega de armas que protagonizó ETA ante los verificadores y contra el propio grupo de Mannikkalingam, que avalan Ajuria Enea, PNV, Sortu y PSE. Ayer, el presidente prefirió no hacer comentarios al respecto. Ni siquiera cuando el portavoz jeltzale Aitor Esteban le lanzó el reproche-anzuelo de que es su «desidia» lo que «permite que ETA siga prolongando la teatralización de su final».

No solo. Rajoy evitó también entrar en confrontación, lanzar el mínimo reproche a Urkullu. El presidente, es evidente, no está por la labor de hacer concesiones al lehendakari en este asunto, no por ahora, pero tampoco quiere romper con él. Sea para no ver agrandada su soledad o por si surge alguna eventualidad, lo cierto es que se cuida muy mucho de mantener abierta la línea La Moncloa-Ajuria Enea.

Ahí terminaron las buenas noticias para el nacionalismo. Rajoy tampoco quiso entrar al trapo que le lanzó Esteban de poner condiciones al desarme. Menos todavía valorar, ni bien ni mal ni lo contrario, la eventual disposición de la banda a deshacerse de su arsenal. El presidente, imperturbable, insistió: sólo le vale la disolución de la organización terrorista, e incondicional, a cambio de nada.

Si el PNV y la izquierda abertzale confiaban en que un rápido desarme por parte de ETA ‘ablande’ al Gobierno central y le lleve a iniciar el acercamiento de los presos, da toda la impresión de que harían bien en poner en cuarentena semejanza esperanza. Desarme, hay que aclarar, en la línea de los protagonizados por otras organizaciones terroristas. Esto es, la banda pone sus arsenales a disposición de unos verificadores, que los sellan y el material se volatiliza, desaparece de la circulación. Nada de que la Policía se haga cargo de él para esclarecer los casi 300 asesinatos etarras todavía no resueltos, como reclaman las organizaciones de víctimas.

El final de ETA ha sido el resultado de una derrota política y policial, no de una negociación. El inmovilismo de Rajoy busca recordárselo. Dejar claro que por muchas tensiones internas que ello pueda provocar en la organización –que lo está haciendo– está decidido a forzar al mundo radical a que recorra solo y sin contrapartidas previas el camino hasta dar por terminado –jamás por olvidado– este dramático episodio de nuestra historia. Y lo que resta no es tanto sellar arsenales de armas y explosivos, cuanto pedir perdón, no volver a reivindicar la validez de la violencia para la obtención de réditos políticos y la disolución de la banda sin esperar la excarcelación de todos los activistas presos y el retorno de los huídos.

Un horizonte sin duda complejo de gestionar. Y más si a lo anterior se suma la ‘invitación’ que el portavoz popular, Alfonso Alonso, lanzó ayer a los jueces: «Tengan bien cerradas las cárceles hasta que los etarras cumplan sus penas».