Si la desaparición de ETA se produce pensando que su terror ha tenido causas que es preciso quitar del camino, y cuanto antes, el final de ETA será sin dignidad, aceptando que hubo alguna razón -aunque sea difusa- para matar, rebajando la democracia hasta niveles insospechados, sometiendo la licitud de los medios a la única valoración de la bondad del fin.
Todavía no hace tanto tiempo que la sociedad vasca creía en el mito de la imbatibilidad de ETA: era el dragón de mil cabezas, el ave fénix que resurge siempre de sus propias cenizas. Ni Franco pudo con ella, nos decían. Si se detenía a un comando, uno nuevo estaba dispuesto a tomar el relevo, nos repetían. Pero un día el mito se acabó, y con ello ETA perdió su mayor fuerza: la creencia de la sociedad vasca de que era invencible. A partir de ese momento, que coincide con el momento en el que el Estado decide dejarse de falsos respetos y convenciones que duraron demasiado tiempo, y actuar con toda la legitimidad de sus poderes, la pregunta ya no es si se puede terminar o no con ETA.
La pregunta adquiere un tinte temporal claro: cuándo se va a poder terminar con ETA. Ya es cuestión de fechas y no de posibilidades. Y a partir de ese momento los tiempos se aceleran, de forma que cada día que pasa, cada semana que pasa, parece ya demasiado. Los responsables políticos incluso han tenido que empezar a hablar de que el tiempo de la desaparición de ETA va a ser largo y difícil. Porque la esperanza creada es muy grande y para la esperanza todo tiempo de espera es demasiado. En este tiempo de esperanza es preciso no olvidar ni el qué ni el cómo. El qué, eso que muchos describen como el proceso de paz, tiene su punto de partida en el convencimiento de que ETA puede acabar, de que con ETA se puede acabar sin virguerías ni operaciones raras. Parte del convencimiento de que ETA no es invencible, de que su imbatibilidad es un mito, y de que su fuerza fundamental radica precisamente en ese mito. Conviene no olvidar que todo lo que hablamos ahora, todo lo que debatimos y discutimos tiene su raíz en ese qué que parte de la conciencia de que el fin de ETA es posible. Por eso el qué de lo que está sucediendo es el fin de ETA. Es su derrota y la victoria de la democracia y del Estado de Derecho. Es la victoria de lo que afirma el presidente del PNV: no nos equivocamos al apostar por el Estatuto de Gernika.
Se equivocaron quienes creyeron que ese camino era el equivocado y lo impugnaron con violencia y terror. Y este recuerdo del qué que ha abierto el camino a la pregunta del cuándo de la desaparición de ETA es importante para responder adecuadamente a la pregunta del cómo. Nunca valió la respuesta de que con ETA había que acabar de cualquier manera. Ahora tampoco. Importa, y mucho, cómo se acaba con ETA, cómo desaparece. Importa y mucho hacerlo con dignidad, desde el Estado de Derecho, desde la conciencia de que es la democracia la que ha salido ganando, la democracia del Estado de Derecho, y no otras nociones de democracia que se caracterizan por no tener nunca sitio para el imperio de la Ley y del Derecho. La desaparición de ETA debe suponer una respuesta clara a la cuestión de si el terror y la violencia han servido para algo. Y la respuesta es que no, que no han servido para nada. Que todos los asesinatos han sido inútiles. Y que en estos momentos es preciso dejar bien clara esa inutilidad del terror. Para no dejar en evidencia, por ejemplo, a quienes en su día dieron el paso de abandonar la violencia para asumir el Estatuto, la Constitución y la democracia, los polimilis.
Para no caer en la contradicción de negar la legitimidad de la violencia y el terror de ETA, pero admitir su utilidad en los efectos políticos para el futuro de la sociedad vasca. Es comprensible que el ansia de librarnos de ETA deje aflorar a veces la necesidad de no ser demasiado meticulosos con tal de que se consiga su desaparición. Esta desaparición debe significar lograr la libertad frente a ETA. Y esa libertad no se consigue de cualquier manera. Puede haber maneras que impliquen seguir atados a ETA, a su historia, a sus pretensiones, y a través de todo ello a su terror. Es preciso librarse del todo de ETA. En las palabras, en los conceptos, en las formulaciones, en los métodos, en los planteamientos políticos. Una parte de esa libertad tan importante para que el cómo de la desaparición de ETA sea un cómo de dignidad democrática radica en que sea el Estado el que marque los tiempos, las formas y los contenidos; en que el Estado no ceda en ningún momento el control de los acontecimientos a ETA-Batasuna.
Una parte de esa libertad a conquistar frente a ETA implica cuidar mucho la argumentación: por supuesto que muy pocas historias de terrorismo terminan por inanición. Es normal que en algún momento se hable con ETA, se hable con los representantes de los vascos que han votado a proyectos que no han condenado nunca la violencia. Pero hay que saber bien cuándo y para qué: con ETA para que desaparezca, y en ese contexto de presos, de la situación material en la que van a quedar muchos, y de la entrega de armas. Con Batasuna, como hasta ahora han afirmado todos, cuando condene la violencia o haya desaparecido ETA. No es válido el argumento de que si se está dispuesto a hablar con ETA cómo no con Batasuna: con ETA sólo se habla de su desaparición. Con Batasuna se pretende hablar del futuro de Euskadi. Una diferencia radical. Por eso es necesario que sea legal. Y todos sabemos lo que debe hacer para ello. Ellos también, aunque hayan querido creer otra cosa. El cómo del final de ETA quedaría dañado si se abriera la puerta a que se pueda hablar con Batasuna en su situación de ilegalidad sobre el futuro político de la sociedad vasca. El cómo del fin de ETA, el que sea un final con dignidad democrática y pudiendo aguantar la mirada de los asesinados, de aquéllos a quienes ya no se puede preguntar si están de acuerdo o no con lo que se decida, pero que fueron asesinados precisamente para poder decidir algo sin su estorbo, está estrechamente ligado a la claridad conceptual.
Uno creía que la derrota de ETA estaba ligada al convencimiento de que no existía razón alguna para matar, para asesinar, que no existía ningún problema que justificara la violencia y el terror de ETA. Pero no parece opinar así el juez Edmundo Rodríguez Achútegui, portavoz saliente de Jueces para la Democracia. Dice este juez: «La política sirve para solucionar problemas. Si alguien cree que el problema del terrorismo de ETA va a desaparecer sólo con vías policiales, es muy libre de opinar eso. Nosotros no lo vemos así. El terrorismo de ETA no desaparece si no acaban las causas que lo motivaron. Por eso, las soluciones políticas son necesarias. Y lo que interesa es arreglar esto ya, mejor en meses que en años. Sería una victoria de la democracia, no una derrota, cerrar una de las herencias más tristes que nos ha dejado el franquismo: el terrorismo». En esta opinión, que he transcrito literalmente (El País, País Vasco, jueves 8 de junio de 2006, p. 38), no son aceptables, creo, ni la definición del qué, ni del cuándo ni del cómo.
La ETA que tiene que desaparecer es la ETA que ha luchado contra la democracia, contra la Constitución, contra el Estatuto. No sé si todo ello es franquismo para el señor juez, no sé si comparte el juicio de ETA-Batasuna de que la situación actual en España y en Euskadi sufre un déficit democrático que justifica el terror, no sé si el señor juez comparte la valoración de que existe un conflicto entre Euskadi y España que explica y justifica la violencia de ETA, no sé si cuando habla de causas que motivaron el terrorismo de ETA se refiere al «conflicto». Y tampoco sé si lo que esta pidiendo son soluciones políticas al conflicto que justifica el terror de ETA, ni tampoco sé cómo en ese caso gana la democracia. Lo que sé es que si la desaparición de ETA se produce pensando que su terror ha tenido causas que es preciso quitar del camino, y cuanto antes, el final de ETA se va a producir sin dignidad alguna, aceptando que hubo alguna razón -aunque sea difusa- para matar a los asesinados, rebajando la democracia hasta niveles insospechados, sometiendo la licitud de los medios a la única valoración de la bondad del fin. Cuando si algo debiéramos haber aprendido de la historia de ETA es que los medios, su ilicitud y su ilegitimidad, dañan sustantivamente el fin que se supone que los legitima.
Es probable que tengamos que tragar sapos y culebras. Pero debiéramos hacer todo lo posible para que sean los menos posibles, para que nadie nos haga creer que se trata de angulas y ancas de rana, y con la conciencia de que el resultado lo podamos mantener ante el juicio impasible de los asesinados.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 21/6/2006