EL CONFIDENCIAL 22/04/14
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
Mañana, día de Sant Jordi, es en Cataluña jornada cultural e identitaria. Una fecha tan señalada en el calendario del Principado que la Asamblea Nacional Catalana ha propuesto que en 2015 sea en la que se declare su independencia. Este año, sin embargo, la noticia podría estar en el Teatro Victoria de la Ciudad Condal, donde a las 19 horas se presentará la asociación Societat Civil Catalana. Se trata de una plataforma que comparece con un manifiesto transversal y templado (ver www.societatcivilcatalana.cat) y que propugna con gran sencillez dialéctica que la secesión no sería una buena decisión colectiva de los catalanes.
Para sus promotores, la separación de Cataluña de España no conviene económicamente a los catalanes; políticamente no está justificada porque el Estado es democrático y autonómico y dividiría a la sociedad de Cataluña, a la que le ha ido bien integrada en España como demostraría el dato de que sus ciudadanos disponen de un PIB por habitante superior al de la media de la Unión Europea. SCC quiere ser un punto de encuentro de gentes catalanas que militen en el PSC, en el PP y en Ciutadans, pero también de aquella otra que no lo haga en ninguna formación política y sienta como natural y positiva su doble identidad, catalana y española. Y sobre todo, esta plataforma pretende que la izquierda deje atrás sus complejos ante el nacionalismo.
De manera inteligente, los promotores de SCC utilizan un lenguaje medido, se enorgullecen tanto de su catalanidad como de su españolidad, no acuden a argumentos épicos ni grandilocuentes, se muestran tan contrarios al nacionalismo español como al catalán y recogen sensibilidades ideológicas de territorios dispares y militancias distintas, de partidos o de otras organizaciones (es evidente la presencia de los Federalistas de Izquierdas). Su hoja de ruta es sencilla y nada competitiva con la ANC. Se proponen celebrar un gran concierto en junio –en torno a San Juan– y la organización de una Diada diferente a la que orquestan desde hace dos años la ANC y las asociaciones en su órbita.
«SCC quiere ser un punto de encuentro de gentes catalanas que militen en el PSC, en el PP y en Ciutadans, pero también de aquella otra que no lo haga en ninguna formación política y sienta como natural y positiva su doble identidad, catalana y española»
Declaraciones de sus promotores más visibles –Josep Ramón Bosh, Josep Rosiñol, José Domingo, Joaquim Coll o Susana Beltrán– desestiman los argumentos que apelan al miedo como disuasorios del afán independentista y prefieren los persuasivos y los pedagógicos. Y son conscientes de que el paso que han dado supone, metafóricamente hablando, una salida de los botiflers del armario. Es decir, de los que, en tiempos de Felipe V, y partidarios del francés borbónico, en las dos primeras décadas del siglo XVIII, eran así denominados. Una especie de traidores a la causa del entonces austracismo y que ahora lo serían de la independencia de Cataluña.
El término y su evocación lo explicó con su habitual sapiencia Valentí Puig en un artículo («Ser o no ser botifler«) publicado el pasado 10 de marzo en la edición catalana de El País. Decía Puig que la expresión es la “extraña beatificación de un anacronismo léxico” y también “arqueología del fundamentalismo identitario”. Lo cierto es que ser tildado de “botifler” en Cataluña ha sido –y parece que ha regresado a ser– una forma dialéctica de marginación social que los miembros de la asociación Societat Civil Catalana desafían ahora y lo harán mañana solemnemente.
Ser tildado de ‘botifler’ en Cataluña ha sido –y parece que ha regresado a ser– una forma dialéctica de marginación social que los miembros de la asociación Societat Civil Catalana desafían ahora y lo harán mañana solemnementeDe la misma manera que el independentismo crea estructuras y organizaciones que soporten esa reivindicación, con un apoyo total de la Generalitat y de los partidos que respaldan la consulta soberanista, otras instancias comienzan a organizarse. Es verdad que la sociedad civil catalana ha sido tradicionalmente muy homogénea, poco dada a crearse conflictos internos, y más inclinada a la transacción que a la confrontación, pero llegados los acontecimientos al terreno delicadísimo en el que se encuentran, la vitalidad de los secesionistas podría no ser mayor ni mejor de la que muestren los que no lo son.
Cataluña y los catalanes es y son sinceramente europeístas. Los miembros de la SCC inciden en la europeidad como uno de sus grandes argumentos. Por más que el Govern de Mas se empeñe en tratar de ofrecer grandes esperanzas de la permanencia o salida y regreso exprés de Cataluña de la UE en el caso de que se independizase, lo cierto es que las incertidumbres sobre este asunto y sobre los costes de la secesión pesan como losas en el ánimo colectivo de los sectores independentistas más volátiles por su reciente migración del autonomista al soberanismo.
Y en ese amplio espectro –la SCC no niega la existencia de un problema de comodidad de muchos catalanes en España ni la necesidad de reformas para un mejor acomodo catalán en el marco del Estado– los botiflers a los que la expresión peyorativa sobre su auténtica catalanidad no hace mella creen poder captar muchas voluntades. Iremos viendo el transcurso de los acontecimientos, que tenderán a ofrecer una imagen progresivamente más polarizada en Cataluña. Lo cual es democráticamente necesario porque la franja social más amplia allí es la de los ciudadanos que concilian –o lo han hecho hasta hace muy poco– su doble identidad, catalana y española.