Iñaki Ezkerra (Bilbao)
No tenías ninguna vocación de muerto
y por eso aquel siete de mayo se me viene
como una errata de la realidad muy grave,
como si, al disparar sobre tu vida
privada de lecturas, charla, amigos
y deportivas rutas de Santiago,
ese idiota moral que no te conocía
hubiera provocado un paro cardíaco en el tiempo,
un paso atrás en la luz de los días,
no sé, una injusta descomposición del Cosmos.
Tú hoy deberías seguir entre nosotros.
No tenías ninguna vocación de muerto
ni de mártir público, pues lo atestiguan
los signos de esta cotidianidad privada,
tu paraguas, tu bolsa de periódicos.
Hasta la operación más modesta e íntima
– hablar, leer, escribir, vivir… �
les pareció un exceso a tus verdugos
que decían que hablabas demasiado,
que leías demasiado,
que escribías demasiado,
que vivías demasiado, tú
que te has ido tan pronto de nosotros.
Tu paraguas, tus diarios esparcidos
por el suelo… Quién me iba a mí a decir
que florecerían como trágicos símbolos
y que hasta en ese ataque a alguien
que se está defendiendo de la lluvia
se iba a poder oler la villanía
de quienes te obsequiaron con tu muerte.
La libertad debe ser algo muy grande
para que, por soñar sólo con ella,
desataras ese odio extraordinario
en quien no te trató nunca e ignoraba
cómo eran tu risa y tu voz. La libertad
debe ser un tesoro muy valioso, intuimos,
los que nunca la hemos conocido instaurada
a la vista de lo que has pagado tú por ella.
La libertad puede, sí, unirnos a la Vía Láctea
y puede también convocar dragones, hidras, cíclopes,
delirantes venganzas como la de ese tonto terrible
que te encañonó en una desapacible mañana de Andoain.
A ti que no tenías
de muerto vocación. Tú hoy deberías
seguir entre nosotros bromeando.
Duele no verte aquí. Duele el truco de magia
que tu asesino ha hecho contigo.
Duele no verte más. Duele no oírte
más que en los vídeos que urde la memoria.
Duele evocar tu rostro en esos diarios
de mayo de 2000 que nunca leerás.
Pero quien te hizo aquello
no sabe lo que hizo.
No sabe que con ese arma hiere de muerte
su triste y fea causa.
Porque, si es difícil rebatir a quien te apunta
con una pistola, más lo es rebatir
a los asesinados. Que discuta
ese verdugo contigo, con todos los muertos.
Recordándote hoy lo derrotamos.
Evocándote lo negamos a él.
Con sólo nombrarte, ya ganamos,
amigo perdido.