FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 02/06/14
EDUARDO ‘TEO’ URIARTE
Si no fuera porque el PSOE se tomó estas elecciones como unas primarias que reafirmaran el liderazgo de Rubalcaba el resultado de las mismas no sería tan preocupante si lo comparamos con lo ocurrido en nuestro entorno europeo. Preocupante de verdad lo ha sido en nuestra vecina Francia, como lo ha sido en el Reino Unido, o muy preocupante es el calamitoso mapa, con una división proclive al enfrentamiento civil, que dibujan los resultados en Grecia. Pero el PSOE se tomó esta pugna como la definitiva y al perderla traslada a la opinión pública una sensación de tragedia, la suya interna. Lo preocupante es la situación del PSOE que puede tener serias consecuencias políticas.
Sin embargo ha perdido las elecciones tras realizar una potente campaña. Durante ella hizo lo que quiso con el PP, tomó la iniciativa en el debate, lo ganó ante un disparatado Cañete, arrastró a la discusión problemáticas del gusto de la candidata socialista, y no paró de lanzar continúas andanadas de fóbica, destructiva, y rotunda crítica al partido de la derecha. La campaña socialista barrió la del PP. Y, sin embargo, el PSOE no le ganó en votos, descubriéndose la noche del 25 de mayo a sí mismo desnudo de su principal cualidad desde los tiempos de la Transición: el ser la alternativa de gobierno. Por muy mal que lo hubiera hecho Rajoy no era capaz de vencerle, por muy arrolladora que hubiera sido la campaña, tampoco. Y la alternativa, ahora, podían empezar a serla otros, pues los votos que la derecha perdía también los perdía él a favor de formaciones situadas a su izquierdas. Posiblemente lo que acabó haciendo fue una exitosa campaña, en estilo, formas y contenidos, para IU y, sobre todo, para “Podemos”, descalificando y erosionando al PP con la autoridad con la que ningún otro puede hacerlo, e incidiendo en que no es posible colaboración alguna con tan reaccionaria y malvada derecha.
Manuel Montero, en un reciente artículo (“Bipartidismo en crisis”, El Correo, 26,5, 014) apuntaba el hecho de que “sus mensajes [los de los socialistas], centrados en un cuerpo a cuerpo, están ahuyentado a los electores”. Es muy posible, en mi entorno está pasando. A la vez que con su rotunda, casi patológica, fobia a la derecha, esa que promocionara ZP basada en cordones sanitarios y memoria histórica, podría estar hundiendo el barco común del bipartidismo español y, con él, el marco de convivencia y estabilidad constitucional, cuestión sagrada que rechaza cualquier viejo votante socialista de centro izquierda. Quizás no sea consciente el socialismo español que con su actitud contra el PP se está haciendo daño a sí mismo, a la vez que su campaña la hace en provecho de otros.
Junto a estos aspectos debiera también evaluarse si su acerada crítica a la derecha carece de credibilidad para capitalizarla él mismo, pues es demasiado el trecho que ha gobernado para que ahora vuelque todo tipo de acusaciones contra un adversario que ha gobernado menos que él, o contra los mercados y bancos de los que ha disfrutado. El PSOE ha dispuesto de muchas ocasiones para realizar los cambios que hoy en la oposición más descarnada, e inane para sus intereses, se atreve a formular. Pero, sobre todo, se disfrace de lo que se disfrace, el PSOE forma parte del sistema incluso más que el PP, aunque ahora aparezcan en su seno gestos de su abandono. Por su pasado compromiso con el sistema carezca posiblemente de la credibilidad necesaria para formular tan acusatoria retahíla de atrocidades a la derecha, credibilidad de la que puede carecer pero de la que disfrutan los que vienen por detrás. Que al plantear cosas de semejante radicalidad, es muy posible que éstas ganen credibilidad en los emergentes grupos que surgen sin contaminación alguna con esta democracia de burgueses y banqueros. Si por un lado el PSOE carece de credibilidad para determinadas acusaciones, por otro se la otorga a las fuerzas izquierdistas y populistas que surgen a su espalda. Una suma perjudicial: erosión de la derecha, radicalidad en su crítica, pero falta de credibilidad como opción alternativa, factores que recogen en su provecho IU y, sobre todo, “Podemos”.
Otra faceta que debiera observarse en este descalabro socialista, que viene de mucho tiempo atrás, es la paulatina transformación del partido en un instrumento inútil, más bien problemático, para la sociedad. Si tuviera el PSOE la utilidad e importancia que en tiempos de Felipe la cosa sería diferente. Pero desde que éste desapareciera y llegara con alabanzas propias del “Deseado” el joven presidente Zapatero, tras votársele masivamente tres días después de un horrendo atentado terrorista que la gente atribuyó a la participación española en la guerra de Irak, el Gobierno socialista no hizo más que crear problemas. Actuaba por corazonadas, sin previsión, sin ninguna visión de estado. Asumió un Gobierno tripartito en Cataluña mandando al monte a CiU y privilegiando a ERC, apoyó un Estatuto Catalán inconstitucional, que tenía más semejanza con una constitución de un estado emergente que con un estatuto de autonomía, preludio de la actual crisis de secesión catalana, y se negoció largamente con ETA legitimando y legalizando a sus secuaces, fuerza mayoritaria hoy en Guipúzcoa y Álava.
Pero volvió a ganar de nuevo las elecciones negando que llegara crisis alguna, malgastando rápidamente el superávit de tesorería con ocurrencias demagógicas. Quedaba claro que el socialismo español salía de la época Zapatero con una apariencia izquierdista que contradecía todo lo que había sido en el pasado y muy especialmente en la Transición, mostrando una excesiva compresión, si no empatía, por las concepciones de izquierdismo radical que su propia pose favorecía y que tanto apreciaba porque le distanciaba del PP, sin observar los riesgos a los que se sometía acercándose al abismo del sistema. El comportamiento esquizofrénico del socialismo español es lo que le configura como una formación destructiva ajena a la visión de estado que en el pasado lo convirtiera en una fuerza necesaria. Pues si por un lado realiza un discurso izquierdista, y una critica a la derecha desde esas bases ideológicas, no ha dejado de ser para los situados a su izquierda un partido institucional tan responsable como la derecha de los males que se padecen, dispuesto en horas, como no podía ser de otra manera, a aceptar las propuestas que desde autoridades exteriores se le exigían frente a la crisis económica.
Su actual imagen de partido inútil reside en el hecho, además de estar en crisis su naturaleza de alternativa a la derecha, de su demostrada incapacidad de resolver los problemas a la ciudadanía precisamente por su alejamiento del sistema, por su distanciamiento del PP hacia una ubicación testimonial, más propia de las fuerzas izquierdistas que amenazan sus espaldas que de aquel partido que forjó la Transición. Un partido, ante la crisis económica y política que padecemos, alejado de soluciones reales y preocupado por sí mismo en una huida hacia delante. Por ejemplo, en favorecer una reforma constitucional, de sentido federal, que en nada va a apaciguar a loa nacionalismos ni a estas nuevas izquierdas populistas. Ganas de abrir el melón sin previsión de ningún cierre, como bien critica Durán i Lleida. Ganas de seguir creando problemas sin ninguna solución para la sociedad.
Quedaba claro en la arrolladora campaña socialista la maldad de la derecha, la injusticia de sus recortes, la vergüenza de su corrupción, pero no supimos qué era lo que iba a hacer. El mitin de Barcelona presidido por doña Elena Valenciano pedía, como la derecha, que se les votara en un auto de fe, por ser vos lo que sois, y nada más, pues aquel mitin mostraba a las claras la confusión e incoherencia que el socialismo español padece. Salvo de no tratarse del aborto o del feminismo, y, por supuesto, de la maldad de la derecha, poco más se entendía en su mensaje. Pues a aquella ceremonia de la confusión asistió un Felipe González que acababa de manifestar la posibilidad de una gran coalición de gobierno, nada menos que con el PP (rechazado por Patxi López, lehendakari gracias a los votos del PP), un primer ministro francés, Valls, que acababa de aplicar un recorte de cincuenta mil millones de euros en su país, y el candidato socialdemócrata alemán a la presidencia europea, Schulz, militante de un partido en coalición con el de Merkel. Lo primero que hizo Sultz nada más conocer los resultados fue llamar a Junkers, el de la derecha, para esbozar los acuerdos de gobernabilidad.
La campaña de la señora Valenciano fue excelente, pero probablemente no era la que correspondía a un partido que tras sus ropajes radicales sigue siendo, aunque esquizofrénicamente, parte del sistema. El problema del PSOE no reside en su capacidad en la comunicación, ni en su combate cuerpo a cuerpo, sino en el proyecto político. Sólo su sprit de corp le hace incapaz de descubrir su auténtico problema: la carencia de proyecto político.
La derecha española sigue siendo más un montón de funcionarios que un partido político. Buenos gestores dentro de lo trillado, sumisos y responsables ante los consejos que vienen de fuera. Pero tanto técnico y abogado del Estado reciclado a la política acaban por creer que ésta no es más que el frío sumatorio de soluciones técnicas sin apreciar que la política es argumentación, deliberación, participación y un poco de retórica. El Boletín Oficial del Estado no es suficiente para gobernar. Van los viejos y jóvenes del PP con folios de datos a argumentar contra Valenciano o Iglesias, unos rapsodas espontáneos de derechos, dignidades, opresiones, cual apóstoles del pueblo sufriente, y evidentemente fracasan en su trabajo. Que siga Cañete llevando folios de datos para contradecir a su oponente y estará perdido. Se notó demasiado que al final de la campaña tuviera que acudir Rajoy a achicar el desastre, intentando mostrar, también con datos, que podemos ir saliendo de la crisis. Al menos hay que reconocerle que está empeñado en ello.
Mientras la izquierda se radicaliza y crea un discurso rupturista, el PP espera, no pregunta por el proyecto que los otros proponen, no lo contradice argumentalmente, parece aceptar la crítica, parece impasible ante la ruptura y el desastre, pues ellos están a lo que están, a superar la banca rota que el socialismo les dejó. Pero dicen como excusa que lo hacen porque no les queda más remedio, sin apreciarse esquema alguno sobre a dónde nos lleva esta superación de la crisis, como si estuvieran actuando, también, sin previsión alguna. Están haciendo, lo que , dicen, no hubieran querido hacer, que es la manera más palpable de quitarse méritos si llegan a algún puerto.
Por otro lado, el PP empieza ya a padecer los síntomas de su crisis final en un comportamiento especular al del PSOE, la maldad en este caso son los socialistas, como si no dependiera de ambos el mantenimiento de un sistema que todos los demás, salvo “Ciudadanos” y UPyD, se quieren cargar. La maldad del PSOE la convierte en este caso el PP en clave de su supervivencia, mientras que, a la vez, con un comportamiento sectario y prepotente se encarga de liquidar todo organismo cívico democrático que no controle, como el asociacionismo de las víctimas del terrorismo, o asociaciones político-culturales. Es decir, está el PP emprendiendo la fuga endogámica que el PSOE iniciara tiempo atrás, encaminada como es el caso ya en el socialismo, hacia un partido de apariencia inútil. Útil solamente, para que determinados cuadros internos se hagan millonarios.
Ante tal silencio, tal abandono de la política, y dinámica endogámica (que acabará en autofagocitación como en el PSOE), el PP tiene que ser consciente que tiene sus años (pocos) contados. Contemplaremos pronto una crisis de partidos a la italiana donde los partidos históricos se arrastren mutuamente a la desaparición. Italia, donde por cierto, la izquierda ha sido la que ha emprendido un proceso de reagrupación y fomento de la estabilidad política digno de estudiarse por si lo tenemos que aplicar en un futuro.
Lo preocupante no ha residido precisamente en el resultado de las elecciones, estas han dado un resultado de mayor estabilidad que en países vecinos, y, de momento los partidos del sistema siguen siendo los más fuertes. Lo que los resultados confirman es la tendencia al debilitamiento de los grandes partidos que han sido fundamentales para el sistema. Los resultados apuntan como causa la sectarización de ambos, abandonándose el espacio común de la política. Hasta una posible esperanza de renovación en el lado constitucional como es UPyD, solidaria con las víctimas del terrorismo, opuesta a toda seducción por el nacionalismo, ha caído en el inaceptable sectarismo de rechazar cualquier camino en común con “Ciudadanos”, evitando que la gran fuerza emergente en estas elecciones no fuera una de naturaleza constitucional, la suma de UPyD y “Ciudadanos”, sino “Podemos”. Hecho que nos haría apreciar que la formación que lidera Rosa Diez está ya contaminada por el virus que determina el fracaso del PSOE, y, después, del PP: la endogamia que genera el sectarismo antidemocrático. Esto es lo más preocupante de los resultados electorales.
Para los partidos que surgieron junto a esta Constitución lo prioritario es potenciar la estabilidad del sistema mediante la asunción de la política, contraria por naturaleza al sectarismo, lo que incluiría si fuera necesario, como propone Felipe González, la gran coalición, porque el futuro político es digno de preocupación. Que se aplique también a esta tarea, y no al partidismo, la formación de Rosa Díez.