Utilidades

ABC 13/07/14
JON JUARISTI

· La idea de utilidad de los saberes universitarios encubre la de su rentabilidad económica

En El País del pasado jueves, el filósofo José Luis Pardo contribuye al debate intermitente sobre la decadencia de las humanidades con un artículo que rebosa sensatez. Ante la decisión ministerial de rebajar la exigencia de aprobados a los estudiantes de grados técnicos y científicos que opten a becas, manteniéndola para los de titulaciones humanísticas, Pardo se pregunta si no se estará confundiendo deliberadamente dificultad con utilidad cuando se comparan las humanidades con las ciencias. La opinión dominante es que los saberes humanísticos no sirven para nada, de lo que se infiere que su adquisición debe de resultar facilísima en comparación con la de los saberes científico-técnicos. Pardo se pronuncia contra esta doble superstición, alegando que aquéllos no son menos difíciles ni útiles que estos últimos.

Estoy totalmente de acuerdo con dicha tesis, por supuesto, pero creo que su argumentación es incompleta. La modificación ministerial de los baremos tiende, como era de temer, a desalentar la demanda de unas titulaciones reputadas como inútiles. De hecho, desde hace un par de décadas, la política oficial viene siendo ésa, la de la inducción al desaliento, pero ello no se debe a que las humanidades sean menos difíciles o menos útiles que las ciencias, sino a que han perdido su relación con el dinero. Las humanidades no rentan. No existe una demanda laboral de titulados en humanidades. Nadie los quiere, ninguna empresa, porque se piensa que no son útiles para cosa alguna, y, por tanto, los políticos concluyen que el gasto público no debe sostener una demanda de saberes y titulaciones que adolecen de demanda económica. Sería, suponen, una inversión estúpida y no retornable. Con lo que se consigue que la profecía se cumpla: los estudios humanísticos pierden aceleradamente calidad y van convirtiéndose en una modalidad de estabulación para los desechos de tienta, tanto en el caso de los docentes como en el de los discentes. Esta rápida degradación confirma los prejuicios dominantes e incrementa la aversión social hacia unos estudios percibidos como saqueo fraudulento del erario.

Otro aspecto que falta, creo yo, en el alegato de José Luis Pardo es el efecto contaminante que la fobia antihumanística de raíz económica está teniendo ya sobre todo el sistema de saberes, tanto los humanísticos como los científicos. Todavía en el pasado siglo, la distinción entre unos y otros era epistemológica, no económica. Las ciencias se ocupaban de lo que existía por naturaleza y las humanidades de lo que existía por convención, ajustándose a una distinción que Platón había establecido en el Crátilo. La valoración económica no permite este tipo de distinciones e iguala a todos los saberes frente a la demanda o a la ausencia de la misma, de modo que determinados saberes científicos, como las matemáticas, o técnicos, como la arquitectura, pueden convertirse en tan deleznables como la historia de la literatura o la filosofía al perder su rentabilidad, como ya está sucediendo.

En estas condiciones, no son ya las humanidades, sino la universidad misma lo que resulta insostenible y desaparecerá en breve plazo, y me refiero tanto a la universidad pública como a las universidades privadas, que se han construido sobre el modelo de aquélla y que no escaparán al mismo destino. Lo más consolador es que también desaparecerán los ministerios de educación. Y es que, cuando se relaciona con el saber, el criterio de utilidad es deletéreo por falso, como bien lo sabía don Antonio Machado (o Machacado, como lo llaman los actuales estudiantes de la ESO): «¿Dónde está la utilidad/ de nuestras utilidades?/ Volvamos a la verdad:/ vanidad de vanidades».