«Contra Franco vivíamos mejor». La necesidad de tensionar el clima político es tan palpable que los socialistas vascos han debido pedir al Parlamento vasco solidaridad con el juez Garzón. Algo que sólo aportará ruido sobre un magistrado que ha logrado partir en dos a la opinión pública de todo el país, que tiene otros serios problemas.
Con las heridas provocadas por el debate en torno a las querellas contra el juez Garzón aún abiertas, comienza una semana sobre la que planea una honda preocupación por los intentos revisionistas de nuestra etapa de la Transición. Los dirigentes políticos que fueron protagonistas de aquella época seguramente no darán crédito a lo que está ocurriendo en nuestro país, donde no sólo está apareciendo una clase de líderes ciertamente ingratos, además de profundamente indocumentados.
Porque la defensa del juez que cristalizó en ataques al alto tribunal dejó al aire una causa utilizada como pretexto para revisar la etapa de la Transición y el cuestionamiento de la Constitución. El portavoz segundo de los socialistas en el Congreso de los Diputados, el vasco Eduardo Madina, se ha permitido estos días, en el fragor del enfrentamiento dialéctico, dar consejos a Rajoy para que emule a los populares vascos, tan pragmáticos, con tanto sentido común y -¿por qué no decirlo?- con tanta capacidad de aguante.
Porque las últimas ‘perlas’ que han tenido que digerir desde el PP sobre los nietos del franquismo (ellos, al parecer), acompañadas de unas ingentes dosis de nostalgia de tiempos peores, dirigidas por sus compañeros de pacto de gobierno en Euskadi, sólo las sabe aguantar Antonio Basagoiti que, en tiempos de tinieblas, se fue a almorzar a Ajuria Enea con el lehendakari Patxi López, de modo que entre los dos socios lograron capear el temporal al entenderse en lo fundamental para asegurar la estabilidad del Gobierno vasco.
Pero Madina nada dice de los consejos que necesitan los suyos. Leyre Pajín es un vacío colmado de lagunas, pero no admite consejos porque ella está afectada por el síndrome de la prepotencia tan consustancial a su cargo.
Sin embargo, algunos dirigentes socialistas más veteranos y, quizás por eso, menos prepotentes están admitiendo que la revisión del proceso de la Transición es un juego muy peligroso que únicamente lo pueden estar alentando quienes no vivieron la importancia del paso sin traumas de la dictadura a la democracia y, lejos de reconocer la trascendencia de aquel cambio político, pretenden ahora presentar el consenso constitucional como un signo de debilidad o una antigualla que no colma las aspiraciones de todos los sectores políticos. Un disparate seguramente para Alfonso Guerra, Miquel Roca o Felipe González, entre otros, que se dejaron la piel en un proceso que resultó encomiable.
Pero sus sucesores, que son los que gobiernan ahora España, parecen dispuestos a dar la vuelta a una Transición que se cerró en los comienzos de los años 80. No parece coherente en la trayectoria socialista, desde luego, pero lo que parece evidente es que quienes salen beneficiados de este terremoto político son los nacionalistas que, al fin y al cabo, están comprobando que sus críticas a la Carta Magna van teniendo adeptos en el entorno del Gobierno de Zapatero.
Quienes se están moviendo del tablero son los socialistas que, acaso apremiados por la pésima gestión del Ejecutivo respecto a la crisis económica y con más de cuatro millones de parados, necesitan movilizar el voto de la izquierda con banderas de otros tiempos con tal de encontrar chivos expiatorios sobre quienes cargar la causa de nuestras desgracias.
«Contra Franco vivíamos mejor», solía decir el escritor catalán Manolo Vázquez Montalbán. Y ha tenido que salir de las tinieblas el fantasma de la dictadura de la que afortunadamente nos libramos hace 35 años, con agitadores del cine y la comedia a los que no se les vio ni se les esperaba en las manifestaciones antifranquistas. La necesidad de tensionar el clima político es tan palpable que a los socialistas vascos no les ha quedado más remedio que seguir la corriente del Gobierno de Zapatero y pedir al Parlamento vasco que se solidarice con el juez Garzón. Será un debate que no aportará otro elemento que el ruido sobre un magistrado que ha logrado partir por dos a la opinión pública de todo un país que tiene, sin duda, otros problemas de gran calado.
Tal y como están las cosas, no hay partido sin su particular calvario. En el PNV, Urkullu ha tenido a gala exhibir su alienación con los trabajadores del rotativo Egunkaria, pero sus palabras chocaban de frente con la memoria. Porque los archivos nos recuerdan que su compañero de partido, Joseba Egibar, en el año 93, sin ir más lejos, aseguraba en euskera y castellano que ETA había intervenido en el nombramiento del director del rotativo de aquella época.
Cambian los tiempos y también los partidos. El PNV y el PP van limando asperezas para concretar una fecha de entrevista entre Urkullu y Basagoiti. Lo decidirán mañana, seguramente. Quizás en esta ocasión sea el PNV el que tenga que desplazarse a sede ajena. En primer lugar, porque las dos últimas veces que se han producido encuentros entre los dos partidos el escenario ha sido Sabin Etxea y tampoco es muy normal que la formación jeltzale no haya pisado la sede de los populares, prácticamente, desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Y sobre todo, porque es el PNV el que, interesado en desestabilizar al Gobierno de Patxi López, ahora corteja al PP.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 19/4/2010