El pottoka, «raza equina autóctona del País Vasco, cuya presencia se remonta a más de 30.000 años» -lo deduce nuestro Gobierno a partir de las pinturas rupestres-, es el autóctono más antiguo aquí. Los vascos como tales sólo andan por 7.000 años. Así que Euskal Herria es suyo, de los pottokas, los primeros que llegaron. Lo dice el lehendakari, que es quien lleva estas cuentas.
La etapa soberanista que se inició hace una década ha dado ya frutos benéficos y concretos. Los disfrutan buena parte de los seres que viven en el País Vasco. Son los miembros de las «razas animales autóctonas vascas», que han quedado definidas, protegidas y quizás subvencionadas con un entusiasmo y dedicación administrativa que para sí quisieran muchos vascos.
La exaltación por la raza animal autóctona no es monopolio del vasco. Hace un par de meses, el Gobierno balear se felicitaba por la recuperación de la «cabra salvaje mallorquina». Así que en la isla están como unas castañuelas, pues también por allá dan en solazarse con animales autóctonos -milanos, tordos, jabalíes-, afición que comparten con los gallegos («porco celta», liebres y jabalíes vernáculos) y que es menos cultivada en otras autonomías, aunque también. Y luego están las razas animales autóctonas españolas propiamente dichas, que imagino son supraautonómicas y de general disfrute, como el galgo español, el «galápago leproso», el gallo «combatiente español», el águila imperial ibérica y la cabra hispánica. Confirma esto las sospechas sobre la increíble variedad de cabras autóctonas que ha producido el solar patrio y sobre nuestra complejidad administrativa, pues ha de pensarse -faltaría más- en una separación conceptual estricta entre las razas animales autóctonas autonómicas y las razas animales autóctonas estatales. Aquéllas dependerán de la Administración autonómica y éstas del ministerio, que quizás no haya caído en la cuenta de su responsabilidad al respecto y tenga en abandono a la animalía representativa de la globalidad.
El Gobierno vasco es un adelantado en la protección de la autoctonía animal. Parece asunto hijo de Lizarra, pues antes sólo se había reconocido como raza autóctona al pottoka, en 1995. Montose el primer Gobierno soberanista y todo fue uno: en 1999, unos meses después, veían su justo reconocimiento gubernamental las razas bovinas «betizu» y «monchina» y el «caballo de monte del País Vasco». En marzo de 2001, le tocaba similar suerte a la gallina vasca y, cuando se avecinaban más, en diciembre de aquel año legendario vio la luz por fin el decreto lúcido sobre «las razas animales autóctonas vascas y entidades dedicadas a su fomento», con lo que podemos quedar ya tranquilos, pues creó un Catálogo de Razas Animales Autóctonas Vascas, así como un Consejo de Razas Animales Autóctonas Vascas.
Se dirá lo que se quiera del mentado decreto, pero tiene la virtud de definir qué es la autoctonía racial, animalmente hablando: «Raza animal autóctona vasca. Es la raza animal cuyo origen conocido más remoto se sitúa en Euskal Herria o País Vasco y que se encuentra incluida en el catálogo creado mediante el presente decreto». Resulta criterio de interés, por la combinación de oriundez vasca y sanción gubernamental de la autoctonidad. Son razas creadas por la naturaleza y el hombre (el baserritarra, dice la legislación) y han acompañado al vasco «desde la noche de los tiempos»: así rezan nuestras normativas, románticas en este punto. De lo que se infiere que como Pueblo con identidad no menos autóctona, tenemos una suerte de obligación moral de protegerlas.
Y tanto que desde la noche de los tiempos. El récord lo tiene el pottoka, «raza equina autóctona del País Vasco, cuya presencia en el mismo se remonta a más de 30.000 años», lo que deduce nuestro Gobierno, siempre sensible a estas cosas, a partir de las pinturas rupestres. 30.000 años conservándose en «pureza» hasta las hibridaciones recientes, así se sugiere. Bien mirado, el pottoka es, por tanto, el autóctono más antiguo del País Vasco y, si se sostienen las tesis que atribuyen la heredad a la vetustez, esto (Euskal Herria) es suyo, de los pottokas, los primeros que llegaron, pues los vascos como tales sólo andan por 7.000 años -lo dice el lehendakari, que es quien lleva estas cuentas- y ni comparar se puede. Cualquier beneficio que se les dé parece de justicia para compensarles por la usurpación.
Uno tiene dudas de que siempre se haya corroborado que el origen remoto de la raza autóctona esté en Euskal Herria. Pongamos por ejemplo la gallina «gorri«, por la que uno tiene particular querencia, pues poblaba el gallinero de casa cuando niño, e inocente ni imaginaba que estaba ante un legado autóctono de la noche de los tiempos. Se parece mucho a gallinas que he visto por Burgos, pero esto se deberá a la lógica actividad colonizadora de la «gorri gorri» vasca. Mi inquietud reside en si de verdad han comprobado su origen remoto en Euskal Herria, tarea que parece ardua, pero exigida por la legislación, o sólo se le supone. Podría resultar que la autoctonía se establezca, no por la antigüedad local, sino para resaltar rasgos específicos y crear así identidades diferenciadas, con lo que estaríamos haciendo razas autóctonas nuevas y dando gato por liebre (o burro castellano por asno de las Encartaciones) a las nuevas generaciones, que creerían contemplar un cerdo vasco («Euskal txerria») tal como era en tiempos de Túbal o Astérix y en realidad ven un cerdo inventado a comienzos del XXI, en virtud del soberanismo racial. ¿La autoctonía racial nace o se hace? ¿Las identidades autóctonas vienen de atrás o todo depende del color del cristal con que se mira? La solución del dilema tiene su astucia: raza animal autóctona es la que reconoce el Gobierno vasco, procedimiento de implicaciones amplias que conviene retener.
Algunas razas que nos han acompañado milenios (o se han creado ex profeso a nuestra imagen y semejanza) han desarrollado un asombroso parecido con los vascos (los no animales): lo da la tierra. La vaca «betizu«, «ágil, vivaz y armónica», es «de carácter arisco y gran territorialidad» (sic). Su efigie hasta podría ser emblema del Gobierno del día.
Volveremos en otra con más detalles de singular interés.
Manuel Montero, EL PAÍS, 7/11/2007