Todos saben que, aunque las cosas vayan bien, habrá cambios; llegarán consejeros nuevos y otros se irán, y con ellos sus altos cargos. Por eso se miran entre sí con desconfianza. Saben que a fines de junio habrá cenas de despedida y ninguno quiere ser el protagonista, sino el solidario que asegure a éste que ahí le tiene para lo que quiera, ya sabe dónde está.
Lo malo de la democracia, pensarán nuestros héroes autonómicos -los altos cargos que nos rigen-, es esto de las elecciones y las veleidades de los votantes. ¿Es que acaso no han administrado con tesón y eficacia al país durante cuatro años, sin dar descanso a sus cuerpos y paz a sus mentes? Pues ya ven el premio, unas semanas angustiosas, todo el rato haciendo cábalas sobre si seguirán o los cambalaches postelectorales les dejarán en el dique seco, a ellos, que lo han dado todo por nosotros.
Están en funciones y no hay mucho que hacer: nadie se anima a cerrar cosas, pues mientras hay gobierno hay esperanza, pero tampoco los ánimos incitan a grandes proyectos. ¿Cómo sobrellevar estos días de incertidumbres? Muchos han dado en la obsesión de las cuentas. Repasan las cifras de parlamentarios, hacen sumas, combinaciones, a veces disparatadas, calculando en cuáles él seguiría sacrificándose por la patria. El otro día, uno no pudo dormir, pues se obsesionó con que si se alían PP, EHAK y EB lo suyo peligraba. Le han dicho los colegas que eso es imposible. Será difícil, ha respondido, pero no imposible. Él sabe que en política nada hay imposible. Hubo tiempos, asegura, que todos se reían con la idea de que se aliasen el PNV y EA, y veían estrambótico que se uniesen con EB, y que el día de marras les apoyase Batasuna, y mira. ¿No dicen, además, que a lo mejor se juntan PSE y Batasuna?, pregunta, retórico. Le aseguran que Batasuna no ha participado en estas elecciones, pero él no se lo cree.
Todos quedan con los del departamento de enfrente. A preguntar qué ha comentado su consejero o consejera, si Madrazo sonríe o le ven perturbado, si la portavoz conserva su innato optimismo u otea ensimismada el horizonte. Poco a poco hablan de Ibarretxe. ¿Cómo le véis al lehendakari?, ¿está triste, está contento, anda en bici?, pues cualquier indicio vale para calcular el futuro. ¿Con quién ha estado, qué ha dicho, habrá quedado con Jonan? Luego, hablan de Josu Jon, otro protagonista de estos días de oscuridades. ¿Se habrá enfadado con el jefe, estará pensando alternativas, no salía Josune demasiado contenta el otro día, en la rueda de prensa? ¿Y Egibar, pero qué piensa Egibar? ¿Y Arzalluz?: ésta es, para muchos, la pregunta del millón, pues piensan que nada se hará sin su criterio. ¿Estará muy cabreado por los cuatro que ha perdido el partido -esto a él no se lo hacían- mientras los aliados se quedaban tan frescos?
En este ambiente tenso ha caído como una bomba lo de la presidenta de EA, pues quiere dejarle fuera de la Mesa del Parlamento a EB. Los corros de altos cargos, arremolinados, se desplazan sin aliento de una a otra cafetería; muchos se citan, blancos y sudorosos, junto al ascensor para enterarse cómo le habrá sentado a Madrazo lo de Errazti. Todos temen que los jefes se enfaden entre sí y no haya manera de recomponer la armonía.
Pues, decididamente, estos héroes autonómicos son partidarios de que las cosas sigan como están. Si se les preguntara -pero, ¡ay!, nadie les pregunta, los jefes van a los suyo-, dirían que quieren seguir todos juntos, que no se mueva nada, que no sobra nadie. ¿No han administrado con rigor, eficacia e ilusión este país?, ¿para qué cambiar, entonces? «Verdaderamente, a la vista de los resultados electorales, no podría decirse que esta Administración ha perdido la confianza de los ciudadanos». «La verdad es que no». Así comentan en los corros de los ascensores y de los cuartos de baño, esas tertulias en las que viceconsejeros, directores, asesores, jefes de prensa y demás intercambian ánimos. «La verdad es esa». «Bai». Son los gritos con que se sostienen unos y otros.
A veces topa con estos grupos un consejero o consejera y se hace el silencio, no por temor reverencial, sino porque todos, ansiosos, escudriñan su rostro, intentando deducir a partir de las ojeras, del cansancio de sus ojos, del grosor del maquillaje, cómo van las cosas; si hay agobio o alegría, si la superioridad duerme bien o, por contra, con desazón. Ésta comenta intranscendencias, no lo que tienen en la cabeza. Cuando marcha, vuelve el corro al coro. «No podría decirse que esta Administración ha perdido la confianza de los ciudadanos». «No». «Lo lógico sería seguir todos». «Bai». «Aurrera».
En lo más íntimo todos saben que esa posibilidad no existe. Que, aunque las cosas vayan por el buen camino, habrá cambios; llegarán consejeros nuevos y otros se irán, y con ellos sus altos cargos. No todos, pero sí muchos. Por eso se miran entre sí con desconfianza. Saben que a fines de junio habrá cenas de despedida y ninguno quiere ser el protagonista, sino el solidario que asegure a éste que ahí le tiene para lo que quiera, ya sabe dónde está.
Y lo peor: están la familia y los amigos, pues hay altos cargos que tienen familia y amigos fuera de Lakua. A alguno ya le ha preguntado su pareja, desconfiada, si no se habrá comprometido demasiado. El comentario le ha sentado fatal. En los días de euforia cometió la imprudencia de aprender de memoria, sin fallos, el famoso Plan. Entero. «¿En castellano o en euskera?» preguntaba en las cenas, en las que le pedían cualquier artículo del Plan y lo recitaba en tono solemne, dramático o jocoso, sin error, ante el regocijo general. Hace unos meses, introdujo la novedad de cantar la Disposición Adicional Primera en gregoriano y el Preámbulo con la tonada del Eusko Gudariak. Estas semanas dice que está afónico, para evitar el compromiso, pero ya nadie le pide el recitado. Él ha llamado a Pepe el de la UGT para tomar una copa y recordar los viejos tiempos. Ha dado en estudiar, por las fotos, la indumentaria de Patxi López. A él le gustaba más la elegancia ascética ibarretxiana y el coleguismo franciscano madracil, pero ya ha comprado indefinibles trajes posmodernos patxilopecianos, así como una corbata rara. De momento, los usa sólo en su casa. Lo que más le está costando es el peinado.
Manuel Montero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 9/5/2005