Sólo la reforma constitucional y estatutaria está en condiciones de despejar problemas como el del meteorito, que son, dicho de paso, y como sabe todo el mundo, nuestros más acuciantes desafíos de futuro.
AUNQUE Maragall no se ha pronunciado todavía, muchos esperamos acongojados su palabra: ¿Reivindicará el president la competencia en materia de control de meteoritos? Hay que contar con ello porque, como ustedes habrán visto en los días transcurridos desde que el pedrusco cruzó los cielos del Estado español a toda mecha, el centralismo se ha echado sobre la presa intergaláctica con esa desatada voracidad que pone en todo lo que toca.
Presuponen Aznar y su Gobierno lo que era de esperar, visto su rampante españolismo: que dado que la pedrada ha atizado al parecer en Minglanilla, la propiedad del meteorito deberá transferirse a dependencias estatales. Se habla ya del Observatorio Español de Astronomía, del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. ¡Habrase visto desvergüenza!
¡Y luego quieren que no se sientan incómodos los nacionalistas periféricos! ¡Pues cómo habrían de sentirse, pobriños, viendo este espectáculo depravado de egotismo centralista frente a sus reivindicaciones discretísimas! ¿Por qué ha de ser trasladado el meteorito a dependencias superiores , nacionales o españolas ? ¿Dice algo la Constitución a ese respecto? ¡Nada dice, no señor! ¡Entonces, qué!
El meteorito ha de ser considerado, sin discusión, materia de competencia compartida y, como tal, de ser hallado, debe trocearse en veinte partes: una para el Estado central, diecisiete para cada una de las autonomías en que el mismo se divide y dos más para las ciudades de Ceuta y Melilla, que han de tener también su porcionciña en el pedrolo. Esto es lo lógico en un Estado descentralizado como el nuestro y la única forma de conseguir que con el tiempo los nacionalistas se arrellanen en sus actuales camastros autonómicos y acaben por sentirse en el Estado español tan cómodos como si estuvieran en una chaise longue bien acolchadita.
De hecho, y a poco que se piense, se comprende que la aparición del meteorito ha sido un acontecimiento protoprovidencial, pues ha servido para alertarnos sobre la necesidad inaplazable de reformar ya sin dilaciones nuestra Constitución y nuestros Estatutos. ¿Qué pasaría si mañana aterrizase en Reus un grupo de marcianos? ¿Qué si surgiesen en Rentería del fondo de la tierra seres igneos? ¿Quién debería recibirlos? ¿Quién darles el carnet de de conducir? ¿Cómo resolver los conflictos de todo tipo que ello podría provocar? Sólo la reforma constitucional y estatutaria está en condiciones de despejar estos problemas, que son, dicho de paso, y como sabe todo el mundo, nuestros más acuciantes desafíos de futuro.
Roberto L. Blanco Valdés, 7/1/2004