Las condiciones en que han nacido las protestas, que hacen avanzar al movimiento como una inundación, son su principal talón de Aquiles. Estar en contra del ‘sistema’ no asegura ni un diagnóstico correcto de los problemas que nos han llevado al tenebroso callejón, ni la propuesta de soluciones constructivas.
Para ser sinceros, lo llamativo no es que varias docenas de miles de personas (en su mayoría jóvenes) protesten en diversas plazas de España desde hace varios días. Lo sorprendente es que en un país en que está desempleado casi uno de cada dos jóvenes en edad de trabajar haya tardado tanto en producirse una reacción que, por fortuna, es pacífica, pese a la exasperación que muestran en sus carteles (¡Indignaos! ¡Basta!) muchos de los participantes en este Movimiento 15 de Mayo tan espontáneo como fácil de explicar.
Fácil de explicar, sí, porque, en un país en el que hay cinco millones de parados (muchísimos de los cuales buscan un primer empleo con el que acceder al mercado de trabajo) y en el que el desprestigio de la clase política y, como efecto de ello, el de la propia política, ha llegado a extremos alarmantes, solo faltaba una chispa para hacer saltar el descontento.
En España, es verdad, no ha habido una chispa, pero sí un encendedor de potencia extraordinaria: la Red. Porque ocurre que estos jóvenes que no encuentran empleo y están hartos de la frivolidad de quienes, debiendo andar a lo de todos, andan a lo suyo, son en su inmensa mayoría usuarios de una Red que les permite comunicarse con una inmediatez y falta de organización incomparable a todo lo conocido hasta la fecha.
Son, sin embargo, esas condiciones, que hacen avanzar al movimiento como una inundación, su principal talón de Aquiles. Pues estar en contra de eso que llaman el sistema no asegura ni un diagnóstico correcto de los problemas que nos han llevado al tenebroso callejón en el que estamos ni la propuesta de soluciones constructivas.
Estar contra el sistema es estarlo, por ejemplo, contra el Parlamento y la gran banca, pues ambos forman parte de él, por más que sea obvio que no puedan equipararse sus responsabilidades respectivas en el desastre que vivimos: nuestro Parlamento es manifiestamente mejorable, pero la responsabilidad de ciertos bancos en la crisis del sistema financiero resulta indiscutible.
Del mismo modo, estar contra el sistema es estarlo contra todos los partidos. Y aunque yo no tengo inconveniente en repetir ahora lo que llevo diciendo desde hace tiempo en otros foros -que los partidos españoles, en su actual conformación, han pasado a ser un problema de nuestra democracia- no cabe tampoco atribuir, por definición, la misma culpa en la situación de un país a los partidos que están en la oposición y al que gobierna.
Hace mucho que Sartori, un notable politólogo, escribió que «en tanto que el ciudadano apático hizo muy fácil la política, el ciudadano vengativo y enérgico puede hacerla muy difícil». Por si alguien lo había olvidado, un montón de gente se ha propuesto recordárnoslo. Aunque solo fuera por eso, ya habría valido la pena su pelea.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 20/5/2011