ABC 05/06/15
EDITORIAL
· Ayer mismo cayeron Salvador Victoria y Lucía Figar. Para socialistas y populares, las negociaciones poselectorales se han convertido en un interminable examen por etapas
EL PP y el PSOE están viviendo unas jornadas poselectorales a las que no estaban acostumbrados. Sus resultados en las urnas, entre malos y peores, les impiden formar gobiernos por sí solos. El problema es que sus potenciales aliados tampoco son los tradicionales –nacionalistas o regionalistas variopintos–, sino Ciudadanos o Podemos. Para socialistas y populares las negociaciones con estas minorías se han convertido en un examen por etapas, que no pocos dudan en empezar a calificar como una humillación para los dos principales partidos nacionales. Ayer mismo cayeron Salvador Victoria y Lucía Figar, que renunciaron a sus escaños regionales para facilitar un acuerdo del PP con Ciudadanos en Madrid. Ninguno de los líderes de los partidos emergentes se descabalga de su táctica monotemática de la corrupción, aunque, en el caso del PSOE, como sucede en Valencia, está sufriendo una clara lucha por el liderazgo en la izquierda que puede acabar devorándolo.
Los electores han sido muy claros al reclamar firmeza contra la corrupción, y día tras día aparecen noticias que les dan razón. Rivera e Iglesias ven un filón en este estado crítico de la opinión pública y siguen jugando a corto plazo, evitando en sus planteamientos de las negociaciones aspectos de gestión concreta y cotidiana de los problemas de los ciudadanos. Están aplazando pasar del marketing a la política, de la imagen a la responsabilidad. El Gobierno de Madrid, por ejemplo, implica dirigir una economía en clara mejoría, un sistema de salud pública con una calidad excepcional, una red educativa y universitaria muy amplia y una proyección evidente sobre la política nacional. Clamar contra la corrupción es importante, y también preocuparse por los desahucios, pero la responsabilidad de condicionar el gobierno de las instituciones va más allá y exige abandonar las demagogias y superficialidades, donde se mueven con comodidad y no dejan de sacar partido con la mirada puesta en las generales.
Hay, además, una contradicción en estos partidos, que insisten en pedir que se escuche a los ciudadanos, cuando lo que los electores han hecho es votar principalmente al PP y al PSOE. Da la impresión de que Ciudadanos y Podemos quieren que populares y socialistas abdiquen de sus programas y apliquen los suyos, estableciendo condiciones que, en cuanto son cumplidas, son sustituidas por otras nuevas. Es la táctica que Ciudadanos está aplicando a Cifuentes en Madrid. Su primer objetivo es seguir en campaña. La fragmentación del voto empieza a mostrar su peor vertiente, la del mercadeo de condiciones y liderazgos, de minorías de bloqueo y mayorías inestables. No es el panorama idílico que se anunciaba tras el presunto fin del bipartidismo. Sólo hay confusión y una creciente sospecha de que la inestabilidad es un buen negocio para los nuevos partidos.