Estadísticas contra fe

IGNACIO CAMACHO – ABC – 22/07/15

· El soberanismo ha creado una teología de la emancipación convirtiendo la gran mentira del expolio en verdad revelada.

En la sociedad de la propaganda a las estadísticas les pasa aquello que decía un personaje de Clint Eastwood sobre las opiniones y los culos: que todo el mundo tiene la suya. Pensadas como demostración aritmética y tabulada de una cierta objetividad factual han quedado reducidas a un mero instrumento doctrinario que cada cual esgrime a su conveniencia: simples, contundentes y a ser posible falsas o sesgadas para que penetren mejor en el magma imbécil, crédulo y poroso de las redes sociales. En el debate político el valor de una estadística consiste en publicarla primero y hacer con ella el ruido suficiente para crear un marco mental ventajoso. El dato ya no es el portador frío de la verdad, sino el celofán manipulado que envuelve su apariencia.

Por eso la publicación oficial de las balanzas fiscales –según la moda de las «webs de la verdad», un puro oxímoron– carece a estas alturas de virtualidad argumental para frenar la gran mentira catalana del expolio. El breve sintagma de «España nos roba» arrasó hace tiempo cualquier intento de objetivación con una potencia publicitaria de muchos megatones. El soberanismo creó un eslogan a la medida del sentimiento victimista y lo catapultó a categoría con una tenaz repetición goebbelsiana. No se movía en el plano racional sino en el emotivo, aprovechando además el absentismo de los constitucionalistas. La premisa era falsa, pero circulaba a favor de corriente: sus cuentas torcidas constituían la demostración tomista que necesitaba la teología de la emancipación para construir la verdad revelada de una independencia necesaria. Ya no tiene sentido rebatirla porque no se trata de un pensamiento o de un criterio, sino de una fe.

Además, al entrar en el debate de los balances financieros autonómicos el Gobierno se sitúa en el marco intelectual nacionalista. El Estado de las autonomías se construyó a partir de un mecanismo de redistribución y transferencias internas de renta similar al que sostiene los principios de recaudación fiscal. Ese equilibrio se llama solidaridad y es el que quiere romper el nacionalismo identitario, que bajo su disfraz emocional oculta una rebelión de los ricos contra los pobres.

Las inversiones se ejecutan en los territorios, pero los impuestos los pagan los ciudadanos, los contribuyentes; son una contribución individual, no colectiva. La perversión conceptual de medirlos por regiones ataca en la raíz al Estado igualitario y constituye la médula argumental del fraccionalismo político. Crea agravios y fomenta estereotipos. Pero sobre todo supone un error de planteamiento discursivo: cuando te acusan de ladrón para intimidarte lo último que puedes hacer es intentar demostrar que no has robado. La ventaja de la calumnia ante su refutación es que no necesita apoyarse en gráficos ni en tablas. La mentira da la vuelta al mundo mientras la verdad se pone los zapatos.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 22/07/15