IGNACIO CAMACHO – ABC – 26/07/15
· La ofensiva simbólica contra la Corona busca una asociación subconsciente con la retirada de emblemas de la dictadura.
Que nadie se equivoque: el objetivo de esta ofensiva simbólica, de este tiro al blanco contra la Corona, no es el Rey ni su padre sino la Constitución. El régimen del 78, como lo llama la extrema izquierda. El sistema de libertades públicas asentado en España hace treinta y siete años, cuya clave de bóveda está en la Jefatura del Estado. La lapidación alegórica de los emblemas dinásticos emprendida por los alcaldes radicales y secesionistas no es sólo un gesto revanchista o una rabieta sectaria; tiene como finalidad la deslegitimación de la monarquía como ul
timaratio de la estructura nacional. Los flamantes iconoclastas saben lo que hacen. Al retirar bustos, placas y retratos reales están buscando una asociación de ideas en el subconsciente de la opinión pública: quieren establecer un paralelismo memorial entre esta arriada de banderas e imágenes y la que tuvo lugar a comienzos de la Transición con la simbología y el nomenclátor franquista. Se trata de una maniobra sesgada, subterfugial, inaceptable; nada menos que una equiparación de la dictadura con la democracia.
Convergen en este asalto a la legitimidad constitucional dos líneas de tiro. Por un lado la del rupturismo populista de Podemos y sus correlatos, cuyo objetivo declarado es el establecimiento de un nuevo orden político mediante un proceso constituyente de corte bolivariano. Por el otro, la de los independentistas catalanes embarcados en su designio de fracturar el Estado. Ambas corrientes, autodefinidas como adalides de una modernidad liberadora, confluyen en la necesidad de liquidar el sistema vigente y en el método de presentarlo como una reliquia del pasado.
Utilizan la monarquía como diana porque a través de ella identifican a la Constitución como un artefacto autoritario. Son conscientes de que el relevo en el Trono ha restablecido el prestigio de la institución y pretenden acelerar su desgaste a sabiendas de que no hay recambio. Su discurso dominante consiste en que el régimen que les estorba está desfasado y emplean el mismo ariete –«delenda est monarchia»– que los republicanos del 31: asociar a la Corona con un cuadro político y social en descomposición. En ese ardid tramposo asimilan aquella España caduca y empobrecida de la Restauración, apuntalada por el despotismo primorriverista, con esta democracia avanzada sobre la que se sostiene la cuarta economía de la zona euro.
Sin embargo, la elección de la Corona como primer blanco del plan de desestabilización no hace sino confirmar su condición de eje del sistema y dique de la convivencia. El Rey simboliza la unidad de una nación plural organizada en un marco de libertades y estos ataques por ahora simbólicos muestran que ambos pilares están amenazados. La cabeza de bronce de un rey constitucional en una caja de cartón expresa la voluntad exaltada y sediciosa de guillotinar el orden democrático.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 26/07/15