Paqui Hernández, viuda de Eduardo Puelles, declara en esta entrevista que «Hace un año que llevo llorando todos los días, que llevo preguntándome por qué y para qué». «Lo último que recuerdo de Edu es su cara riéndose la noche anterior al atentado». «No sé lo que quedó de mi marido. Me devolvieron una alianza y unas llaves de casa, nada más».
Paqui Hernández, viuda del inspector de Policía Eduardo Puelles nos recibe en su casa en Arrigorriaga, el mismo lugar donde hoy hace un año, la explosión de una bomba lapa de ETA colocada bajo el coche de su marido le levantó de golpe de la cama, hizo que le temblara todo el cuerpo y al instante supo que le habían destrozado la vida para siempre. Eran las 9.05 del 19 de junio del año pasado. Eduardo Puelles se había subido a su vehículo para dirigirse al trabajo al que nunca llegó. Murió calcinado en el asiento de su vehículo. La viuda del inspector de Policía confiesa que a sus 46 años su vida hoy es «una tortura» y advierte que en su pueblo todo sigue igual. «Hay gente que tiene miedo a saludarme, a decirme algo y que alguien les vea y les señale».
– ¿Cómo se encuentra un año después del asesinato de su marido? ¿Con qué ánimo?
– ¿Ánimo? El mismo que el primer día.
– Pero sigue con el aplomo que demostró el día de la manifestación que recorrió Bilbao en repulsa por el atentado.
– Tengo mis razones. En la calle tengo que estar fuerte por mis hijos y porque no quiero darles el gusto de que me vean hundida. Aunque no hace falta ser muy lumbreras para saber me han destrozado a mí y han destrozado mi familia.
– ¿Cómo afronta el día a día?
– Mal. Me levanto y digo: otro día más, otro infierno. Para mí esto es una tortura. Lo hicieron bien, ¡eh!, lo hicieron bien.
-¿Con la distancia de un año ha llegado a pensar que quizás algo no se hizo bien, que Eduardo debía haber tenido más medidas de seguridad?
– Sí, posiblemente.
– ¿Llega a asimilar la situación que está viviendo?
– No. Hubiera asimilado, con dolor lógicamente, si mi marido hubiera tenido una enfermedad o un accidente de tráfico, que nadie estamos libres. Pero esto no…, esto no. No tiene razón de ser. Tanto que dicen de la memoria histórica, de la Guerra Civil…, allí había un bando y otro y no digo quién tuvo la razón y quién no, hubo muertos por un lado y por el otro, pero aquí se supone que vivimos en una democracia. Esto no es una guerra sino un negocio que tienen montado, que les da por que ahora vamos a matar por el simple hecho de matar, nada más, porque para el resto de la gente la vida sigue.
– ¿Cree que en su entorno, en su pueblo, todo sigue igual?
– Mientras no te toque a ti o no te rasquen el bolsillo nadie protesta. La gente tiene miedo, no sé por qué. Se han habituado ya a vivir de esa manera y miran para otro lado. Hay mucha gente que se acerca, pero otra mucha no. He visto a gente que me ha reconocido, pero tiene miedo porque igual si me saludan o les digo algo, alguien les puede ver y señalarles. Esa gente tiene más derechos que nadie, hacen manifestaciones, tienen todos los derechos del mundo y, por contra, las víctimas no tenemos ninguno.
– ¿Pero se ha avanzado mucho en el apoyo a las víctimas?
– Yo sigo pensando que los asesinos no tienen que estar en circulación, no deberían estar, ni quien les ayuda tampoco. Si vivimos en un Estado de Derecho eso tiene que ser así. Aquí van cogiendo a terroristas, a la cúpula de ETA, pero crecen como champiñones.
– El día de la manifestación de Bilbao les dijo a los asesinos de su marido que no le iban a ver llorar. Pero imagino que en privado ha llorado mucho.
– Mañana (por hoy) va a hacer un año que llevo llorando todos, todos, todos los días, un año que llevo preguntándome, algo absurdo, por qué y para qué. Y ya no sólamente por mi marido, sino por el montón de vidas que han quitado. Por qué y para qué. A cuántos niños han dejado sin padre, a cuántas madres sin hijos y a cuántas esposas viudas. A mí me han destrozado la vida. Y es que en mi caso les ha salido barato, por el precio de uno han matado a dos, porque yo es como si estuviera muerta.
– Sus hijos Rubén y Asier, ¿cómo están, le ayudan a sobrellevarlo?
– Ellos también están mal y no asumen que su madre ya no está al cien por cien. Su madre ya no es su madre. Desde ese día no he vuelto a ser la misma, ni voy a volver a serlo.
– ¿Sigue llevando flores cada domingo al lugar del atentado?
– Sí. Ese camino, el último que hizo lo he hecho yo infinidad de veces, incluso cuando bajo con el perro, que no lo hago mucho, voy hasta allí, tengo que ir, me obligo a hacerlo porque me parece tan injusto lo que pasó que necesito hacerlo.
– ¿Es capaz de recordar la última vez que estuvieron juntos?
– (No duda ni un instante y sonríe) Lo último que recuerdo de Edu es su cara riéndose la noche anterior. Vino de trabajar, estuvo viendo la tele en el salón con mi hijo pequeño. Asier le dijo: «¿Qué aita, qué tal el trabajo?» Charlaron y estuvieron viendo ‘Vaya semanita’ que les gustaba mucho a los dos. Luego le recuerdo por el pasillo, se iba a la habitación para acostarse y se marchaba riéndose y diciendo: «Qué cabrones éstos, cómo me gustan, es que se meten con todos, no dejan títere con cabeza…. y mira que son buenos». A la mañana medio dormida le pregunté la hora, pero no abrí los ojos. Él respondió: «Las nueve menos cuarto». Le sentí sentado en su lado de la cama poniéndose los calcetines, se acababa de duchar, acabó de vestirse, me dio un beso y un hasta luego, pero no le vi la cara. Le respondí, creo, un hasta luego y pensé que me tenía que levantar ya y ponerme a planchar. Eso es todo.
– ¿Sigue reviviendo aquellos minutos que transcurrieron desde que escuchó la explosión hasta que le confirmaron la noticia del asesinato?
– (Silencio y respira profundo) Escuché la explosión y me tembló todo el cuerpo, me levanté y fui a la cocina a mirar si era de verdad la hora que era. El pequeño estaba en la cama y le dije: «¿Asier, has escuchado el ruido? Ha explotado una bomba, no sé si habrá sido aita. Pero luego pensé que no, comencé a llamar por teléfono al móvil, a la oficina, y nada. Salí fuera y pedí a un vecino que llamara a emergencias, me puse un pantalón y bajé a la calle. A la gente que estaba allí les dije que podía ser mi marido. Me decían que no, que parecía un ajuste de cuentas. Yo quería creer que no, pero por la hora que era me temía lo peor. Quise llegar al coche en llamas pero no me dejaron. Y tampoco quería, pero ahora me arrepiento. Empiezo a pensar que igual no me tenía que haber quedado quieta, que tenía que haber movido para que apagaran aquel fuego, haberme acercado y haber abierto la puerta, aunque me quemara…. no sé. Luego llegó mi hijo mayor, le ví que iba lanzado, y le dije a dónde iba. Le miré y se paró en seco; ya sabía que era su padre. El pequeño estaba en casa, le llamé y le dije que parecía que no era aita. Se quedó más tranquilo, pero enseguida tuvimos que decirle la verdad.
– ¿Cómo era Eduardo?
– Era trabajador, buen compañero, buen padre. Me queda el consuelo de que hay mucha gente que se pasa toda una vida buscando lo que yo tenía, porque yo lo tenía todo con mi marido. No vivíamos con lujos sino al día; él procuraba que no faltara de nada a su familia. En su trabajo le gustaba hacer las cosas bien, igual que en las chapuzas que hacía en casa. Era muy serio en cuestiones de trabajo y cuando había que divertirse también lo hacía a conciencia.
– Además de marido era su gran amigo. ¿En qué le echa más de menos?
– Mi marido era todo para mí, era el pilar de esta casa. Era mi amigo, mi apoyo, me gustaba discutir con él, reírme con él. Salíamos siempre juntos, no le gustaba salir sin mí. Me han quitado mi mitad.
– ¿Alguna vez le confesó si tenía miedo de que le pasara algo?
– No, nunca. No me quería preocupar para nada. Sólo se ocupaba de que yo fuera feliz y sus hijos también, y de que no nos faltara de nada.
Treguas
– ¿Sigue la actualidad política? ¿Qué opina de las informaciones que hablan de que podría darse un cambio de escenario y declarar una tregua este verano?
– Vamos a ser realistas. El que se quiera creer eso es bastante iluso. Han hecho otras treguas y todas han sido para rearmarse, para reorganizarse y para matar. Su forma de vida es matar y matar. La posibilidad de que hagan treguas y empiecen a hablar con ellos para mí y para todas las víctimas es una humillación. Las familias de los presos pueden decir lo que quieran, pero yo no puedo ir a ver a mi marido a ningún sitio. Ya me gustaría a mí que Eduardo estuviera en la otra punta de España y poder ir a verle aunque fuera sólo una vez al año.
– ¿Esto acabará alguna vez?
– Lo que le han hecho a mi marido es lo peor que se le puede hacer a un ser humano, por Dios. Lo han reventado en un coche y yo he estado ahí todo el rato viendo arder el coche con mi marido dentro. Ni yo ni mis hijos hemos podido ver a mi marido y darle un beso para despedirnos, es que ni eso. Yo no sé lo que ha quedado de mi marido. A mí me devolvieron una alianza y las llaves de casa y se acabó. Me plantaron un ataúd y me dijeron: «Ahí está tu marido». Y que me digan ahora que estoy drogada, algo que es mentira, que quiero venganza, no tengo ese sentimiento… Sólo me gustaría que aunque fuese sólo un día los que han hecho esto a mi marido y a tanta gente sufrieran esa sensación aunque sólo fuera por un par de horas.
– En la hora que llevamos hablando no ha derramado ni una lágrima. Es usted muy fuerte.
– Sí, pero me rompo por dentro. Creo que me han dejado seca por dentro totalmente. Tengo la angustia interior y mi marido se merece que no llore.
«Eduardo no se pelearía por un monolito ni por nada parecido»
Arrigorriaga recordará hoy a las siete de la tarde la memoria de Eduardo Puelles en un homenaje al que asistirá el lehendakari.
-¿Ha tomado parte en los preparativos?
– No. Yo les he dicho a los hermanos de Eduardo que no tenía ánimos, que lo prepararan ellos y que yo aceptaba todo. Son sus hermanos y mi marido estaba muy unido a ellos. Para él la familia era sagrada, la suya y la mía. Mis padres dicen que le han matado un hijo. No levantan cabeza igual que mi suegra. Yo llevaba 27 años con él, lo conocí con 19 años y hace 23 que estábamos casados. Estaba ilusionada con cumplir las bodas de plata y celebrarlo. Pero no ha podido ser. Todo es muy duro.
– ¿Se ha sentido molesta por las dudas del PNV en el Ayuntamiento de Arrigorriaga a la hora de apoyar la colocación de un monolito de recuerdo a las víctimas y la denominación de una plaza con el nombre de Eduardo Puelles?
– Sé que a mi marido le importaría un pimiento toda esta polémica. No se pelearía por un monolito ni por nada. Pero es el hecho en sí de que haya asesinos que tengan placas y se les hagan recibimientos y, sin embargo, a una persona de bien, que no ha matado a nadie porque mi marido no ha matado a nadie, todo lo contrario, ha evitado muchos muertos, para poner una triste placa o un triste monolito tenga que haber este follón, me parece vergonzoso. Eso ilustra lo que se vive aquí. Yo creo que lo que les pasa a los del PNV es que quieren estar con los asesinos y con los asesinados, y eso no puede ser. Se tienen que posicionar.
– El lehendakari estará en el homenaje a Eduardo
– Tanto al lehendakari como al presidente del PP vasco son gente estupenda, les tengo que agradecer mucho lo que han hecho por nosotros. Y espero que este Gobierno Vasco no se quede solo en estos cuatro años.
– ¿Conoce el plan de educación para la paz y la polémica que ha generado? ¿Qué le parece que acudan víctimas a los colegios a explicar lo que les ha ocurrido?
– Bien. Porque si queremos que esto cambie tiene que hacerse desde abajo. Me parece bien que se cambie el chip y se empiece a decir a los chavales que no se puede matar a alguien porque cumple con su trabajo o porque piensa de otra manera. Agradezco mucho a los amigos de mis hijos porque les han apoyado, les han arropado igual que la tutora de mi hijo pequeño, que ha estado todo el tiempo pendiente de él. Lo que pasa es que no hay mucha gente así.
– ¿Por qué cree que ocurre eso?
– Gente buena somos muchos, pero nos hemos habituado a vivir así. Se ha convertido en una rutina.
EL DIARIO VASCO, 19/6/2010