ABC 03/08/15
IGNACIO CAMACHO
· Tiene razón Varufakis: España aún puede acabar como Grecia. Cuestión de empeño y perseverancia. Claro que podemos
NO le falta razón a Varufakis: España aún corre peligro de acabar como Grecia. Con ese aire tan pagado de sí mismo, con ese ego cósmico de descubridor de mediterráneos, con su retórica truculenta que habla de tortura fiscal, de terrorismo monetario y de despotismo sádico de la ideología dominante, el célebre exministro de Finanzas, la minerva que hasta Tsipras tuvo que apartar para evitar el descarrilamiento definitivo, no hace sino indicar el camino que conduce al fracaso griego, a la caída en ese vértigo espiral en el que las presuntas soluciones acaban siendo peores que los problemas. Un mesianismo iluminado, una dogmática inspiración redentorista, un hálito de soberbia adánica disfrazada de nacionalismo rebelde: recetas de vendedores de crecepelo, de floridos charlatanes de barraca tras cuya fachada de cimarronería palabrera no hay más soporte que una vieja demagogia populista.
Para acabar como Grecia, los españoles no tenemos más que seguir la estela de esos vendedores de humo, de esos traficantes de esperanzas. Aceptar su soflama nihilista, su seductora teoría de la catástrofe. Comprarles la mercancía averiada de las respuestas sencillas –y a ser posible cortas, para que quepan en un tweet– a desafíos complejos. Creer en la banalidad como estructura intelectual y en el relativismo como principio histórico. Envolvernos en la retórica de la degradación y dejarnos envolver en la sugestión de la ruptura. Perder adrede la memoria de la convivencia, la cultura de la estabilidad y del esfuerzo, y despeñarnos por el barranco del facilismo soñando con la utopía subsidiada de la gratuidad eterna. Consentir por comodidad o por miedo el triunfo de la política del resentimiento y de la semántica del odio. Confundir la modernidad con el retorno de los rancios brujos de la discordia civil, cuestionar la legitimidad de la más razonable democracia de nuestra historia. Arrastrar estatuas y destruir símbolos como prólogo de nuestra propia tracción hacia el desastre. Exculparnos de toda responsabilidad para determinar que los culpables son siempre otros. Decaer en el compromiso individual y entregar la manija de nuestro destino a los arbitristas y a los demiurgos.