27-S: Elecciones legales, plebiscito fraudulento

IGNACIO VARELA – EL CONFIDENCIAL – 20/08/15

· La convocatoria es moralmente fraudulenta porque quien la hace promete algo que sabe de antemano que no ocurrirá. Es un engaño consciente.

Yo, que no soy catalán, sí creo que Cataluña es una nación, lo que no significa que tenga que ser un Estado. El mundo está lleno de Estados plurinacionales, de naciones sin Estado y de construcciones estatales que no se corresponden con ninguna realidad nacional.

Creo que la expresión “nación de naciones” es la que mejor se ajusta al origen histórico de España y a su naturaleza como unidad política desde el matrimonio fundacional de Isabel y Fernando.

Sí creo que hay un hecho diferencial de Cataluña dentro de España. Tan cierto es que Cataluña forma parte de España desde el nacimiento de ambas como que tiene una personalidad singular –histórica, cultural, lingüística, jurídica, incluso económica- que está en su derecho de preservar.

Detesto el nacionalismo en todas sus modalidades pero, si fuera catalán, no renunciaría a nada de eso; y sí, demandaría que la norma que establece las bases de la convivencia entre los españoles lo reconociera como parte del patrimonio común y no como un problema.

La historia nos enseña que la posición de Cataluña dentro de España se contamina de crispación cuando desde el nacionalismo catalán se quiere convertir la diferencia en un pretexto para la secesión o cuando desde el nacionalismo español se intenta negar o sofocar la singularidad catalana. Ahora están ocurriendo ambas cosas.

Para mí, la razón práctica la tendrá quien señale el camino de la solución y sea capaz de persuadir a unos y otros para transitarlo.

Creo, con Miquel Iceta, que, en el punto al que ha llegado el conflicto, ya no existe una solución efectiva que no pase por las urnas. La dificultad está en encontrar el método que haga compatible una votación decisoria de los catalanes (solos o en compañía del resto de los españoles, o quizá una combinación de ambas cosas) con la legalidad constitucional, que es inquebrantable aunque no irreformable.

No digo que sea fácil, pero más difícil será todo si se mantiene la cerril negativa de los Mas y los Rajoy a siquiera intentarlo. Me importa un rábano quién tenga la razón teórica: para mí, la razón práctica la tendrá quien señale el camino de la solución y sea capaz de persuadir a unos y otros para transitarlo. Eso sería genuino liderazgo político y no la baratija del postureo banal que hoy usurpa tal nombre.

Les diré en lo que no creo:

No creo que existan unas elecciones plebiscitarias.

En las elecciones se eligen personas: representantes del pueblo y gobernantes. Normalmente esas personas son avaladas por formaciones políticas y se presentan con un programa de gobierno para realizar durante su mandato. Hay varias candidaturas y un sistema para dar a cada una de ellas la cuota de representación y poder que le corresponda según los votos obtenidos.

Y los plebiscitos sirven para adoptar colectivamente una decisión concreta de especial importancia, planteada habitualmente de forma dicotómica.

Mezclar ambas cosas es tóxico para la democracia. Las elecciones son un sistema para organizar el reparto civilizado del poder político, no para fundar Estados y mucho menos para escindirlos.

Lo que ha convocado Artur Mas es formalmente legal como elecciones y materialmente fraudulento como plebiscito.

Me ha parecido increíblemente torpe la propuesta de Rivera de enfrentarse a la coalición independentista con una coalición unionista.

Es un fraude jurídico porque lo que pretende obtenerse de esa votación no cabe dentro de la ley. Supongamos que el 100% de los catalanes con derecho a voto acudieran a las urnas el 27 de septiembre y que todos ellos apoyaran a la candidatura en la que figuran camuflados Mas y Junqueras: estaríamos anteun gigantesco problema político, pero seguiría siendo jurídicamente imposible que de ahí naciera un Estado independiente.

Si existiera algún camino legal hacia la independencia, desde luego no pasa por unas elecciones autonómicas convocadas por un representante del Estado español (el Presidente de la Generalitat) de acuerdo a una ley española (el Estatuto de Cataluña) con la competencia que le atribuye la Constitución Española votada por el pueblo español.

Es un fraude político porque en una votación plebiscitaria tienen que darse al menos tres condiciones: primera, que todos los que participan en ella acepten que se trata de un plebiscito válido; segunda, que el voto de todos los ciudadanos valga lo mismo; y tercera, que la opción vencedora cuente con el respaldo de la mayoría de la población.

Ninguna de esas tres condiciones se cumplen en este caso.

Sólo dos de todas las candidaturas que se presentan a estas elecciones, la de Junts Pel Sí y la de la CUP, les dan carácter plebiscitario. Todas las demás candidaturas ni reconocen ni aceptan ese carácter. Por tanto, no admitirán que los votos se interpreten en tales términos.

El voto independentista de un gerundés valdrá más que el voto no independentista de un habitante, por ejemplo, de Hospitalet.

No hay, afortunadamente un “Junts pel no”: me ha parecido increíblemente torpe la propuesta de Rivera de enfrentarse a la coalición independentista con una coalición unionista. ¿No se da cuenta de que eso hubiera sido precisamente avalar el planteamiento plebiscitario de la elección?

Los votos ciudadanos tienen distinto valor porque, como ha señalado José Antonio Zarzalejos, para obtener un escaño en Gerona, Lérida o Tarragona se necesitan muchos menos votos que en Barcelona. Por tanto, en este plebiscito de Mas y Junqueras el voto independentista de un gerundés valdrá más que el voto no independentista de un habitante, por ejemplo, de Hospitalet. ¿Adivinan ustedes la intención?

Está, además, el hecho comprobado de que en las elecciones autonómicas la participación tiende a descender; y quienes se abstienen son precisamente los ciudadanos menos concernidos por la pulsión nacionalista. Esto lo sabe muy bien Mas, y cuenta con ello para sus propósitos.

Sabe también que se puede alcanzar la mayoría absoluta de los escaños sin tenerla en votos. De hecho, CiU ha gobernado en varias legislaturas con más de la mitad de los escaños sin haber llegado jamás al 50% de los votos.

Por eso es doblemente tramposo asociar una mayoría de escaños de las candidaturas independentistas con una mayoría social por la independencia. Con el resultado de las últimas elecciones de 2012, la suma de CiU + ERC +CUP no habría llegado al 50% de los votos y, sin embargo, habría obtenido una mayoría parlamentaria muy holgada. Es más, en esas elecciones los tres partidos independentistas sumados obtuvieron el apoyo del 32% del total de los ciudadanos con derecho a voto (y ahora habría que restar los de Unió).

Lo único que habrán conseguido es inyectar una dosis masiva de frustración traumática.

¿De verdad se proponen Mas y Junqueras declarar unilateralmente la independencia con el respaldo de apenas un tercio de los ciudadanos adultos de Cataluña? Y la convocatoria es moralmente fraudulenta porque quien la hace promete algo que sabe de antemano que no ocurrirá. Es un engaño consciente.

Para que exista un Estado independiente no basta autoproclamarse como tal, hace falta que el resto del mundo lo reconozca. Y al señor Mas le consta que ni España ni la Unión Europea ni las Naciones Unidas van a dar por buena semejante declaración unilateral.

Lo único que habrán conseguido es inyectar una dosis masiva de frustración traumática a los catalanes que hayan votado de buena fe a la candidatura independentista creyendo sus palabras mentirosas.

Y al día siguiente, ¿qué? Cuando se compruebe que el camino de la independencia no es transitable, ¿qué? Cuando se vea que no puede salir un gobierno sostenible de ese frente amalgamado en el que la derecha comparte viaje con la extrema izquierda, ¿qué? Cuando haya que gestionar la sanidad, la educación y los servicios públicos, ¿qué harán, otras elecciones?

Está claro que ni los españoles nos merecemos a Rajoy ni los catalanes a Mas. En momentos así, la pregunta terrible es: ¿Hay alguien ahí? No, no contesten: conozco la respuesta y prefiero no escucharla.

IGNACIO VARELA – EL CONFIDENCIAL – 20/08/15