· Cataluña está viviendo en un trance provocado por unas élites que, entre otras cosas, intentan escapar de la justicia española.
¡Esto sí que es poner el carro delante de los bueyes! A don Germà Gordò, consejero de Justicia de la Generalitat, no se le ha ocurrido otra cosa que proponer la doble nacionalidad para los ciudadanos de los Países Catalanes, a saber: Cataluña Norte (el Rosellón), Comunidad valenciana, la Franja aragonesa y Baleares. O sea, que sin existir la nacionalidad catalana, se lanza a adjudicársela a otros españoles y franceses. Hasta tal punto ha llegado el delirio nacionalista entre algunos catalanes, tenidos como los más serios, los más sensatos, los más formales de todos los españoles. Pero últimamente, empezando por Artur Mas, parecen haber perdido la cabeza.
Porque, vamos a ver: ¿qué es eso de Países Catalanes? No ha habido en la historia ningún reino, ningún estado, ningún imperio con ese nombre. Ha habido el Reino de Aragón, que fue regido en ocasiones por catalanes, pero lo de Países Catalanes es una invención reciente del nacionalismo catalán y, como tal, obedece más a un deseo que a una realidad político-jurídico-estatal. Y dado que los únicos que pueden otorgar la nacionalidad son los Estados, algo que Cataluña nunca fue, la propuesta del sr. Gordò es una alucinación no mucho menor que la de don Quijote cuando confundió molinos con gigantes. Es posible que se vea como ministro de Interior de una Cataluña independiente extendiendo pasaportes a ciudadanos españoles y franceses, pero lo que no puede hacer es decirlo en voz alta en un curso de verano celebrado en Francia, no sea que lo tomen por loco o algo peor, pues allí no se andan de bromas con estas cosas.
Claro que Cataluña está viviendo en un trance provocado por unas élites que, entre otras cosas, intentan escapar de la justicia española, para seguir haciendo lo que han hecho hasta ahora: enriquecerse personalmente y hacer perder a Cataluña el liderato empresarial español. Con el apoyo tácito, eso también hay que decirlo, del PP y PSOE, que compraron el voto nacionalista catalán para gobernar, a cambio de permitirles inventar su historia pasada y su realidad presente. Los resultados los estamos viendo.
Tengo tan poca fe en nuestros políticos que ya no confío en ellos para resolver lo que llamamos el «problema catalán», que no es otra cosa que el «problema español»: confundir deseos con realidades. Algo que sólo la realidad puede resolver, lo que hará como acostumbra, a lo bestia. Artur Mas ha vendido a los catalanes el sueño de que vivirán mejor separados de España sin costarles nada, como Tsipras vendió a los griegos que podrían seguir viviendo gratis de Europa. El sueño griego ya han visto en qué ha acabado. El sueño catalán puede acabar incluso peor porque choca frontalmente, no ya con una España que sufre otra de sus crisis periódicas de identidad, sino contra la Unión Europea, como su nombre indica. Cuanto más pronto se despierten de él, mejor para todos.