ABC 10/10/15
IGNACIO CAMACHO
· La errática estrategia de Mas ha deconstruido la política catalana convirtiéndola en una extravagante pasarela de radicales
BUSCABA la desconexión y ha provocado la deconstrucción. Incluso la de su propio partido, desleído en una coalición que no controla y con sus bases de clase media sumidas en el desconcierto ante el protagonismo de un grupo antisistema. La fuga hacia delante de Artur Mas ha deconstruido la política catalana convirtiéndola en una extravagante pasarela de extremistas y fanáticos. Las elecciones «plebiscitarias» han transformado la prometida Via Lliure a la República Catalana en un angosto callejón donde las pintorescas Candidaturas de Unidad Popular (en euskera Unidad Popular se dice Herri Batasuna) han tomado el prusés soberanista como rehén de su propuesta de ruptura revolucionaria. CiU está rota como proyecto articulador de un poder hegemónico nacionalista. Y la burguesía que daba cohesión social a Convergencia contempla con asombro e inquietud el exhibicionismo arrogante de los sanda
lios, dispuestos a humillar al autoproclamado Moisés con una ristra de exigencias de radicalismo asambleario.
Esto es lo que hasta hoy ha logrado el brillante plan de Artur I el Astuto: descomponer la estructura dirigente que lideraba mal que bien con su Partido Alfa. La operación de sumar fuerzas en una lista por la secesión le deja en manos de una colección de aventureros, oportunistas y, en el mejor de los casos, rivales dispuestos a abandonarlo en la primera encrucijada. Cataluña, una sociedad fuerte, es ahora una comunidad dividida en dos mitades por el proyecto separatista, y la propia facción de la independencia ofrece grietas claras en su débil cohesión electoral. Perdido el plebiscito popular encubierto, Mas tiene serias dificultades para administrar la victoria parlamentaria. Con sus propios diputados, el núcleo de Convergencia apenas alcanzaría para dominar siquiera la iniciativa interna. La lista unitaria no fue pensada para gobernar sino para desarrollar a corto plazo el desafío secesionista, pero incluso ese objetivo necesita el permiso de un grupo de iluminados de extrema izquierda. Treinta años de liderazgo social del pujolismo y sus secuelas han quedado diluidos en un magma de inestabilidad que amenaza con desarticular el entramado institucional nacionalista.
Este marasmo político impide cualquier atención a los problemas reales. La planta de Seat en Martorell, por ejemplo, está bajo el peligroso foco del escándalo Volkswagen sin que nadie en la paralizada Administración autonómica tenga capacidad de interlocución razonable. La única desconexión registrada, por el momento, ha sido la de las saboteadas vías del AVE. El subsistema de poder catalán parece haber sufrido también un colapso interno fruto de un sabotaje. Pero el que ha cortado los cables de energía ha sido su propio presidente con una estrategia desquiciada. Nunca le interesó gobernar sino mandar, y ahora es probable que ni siquiera le dejen intentarlo.