EL MUNDO 19/11/15 – ARCADI ESPADA
· Los efectos del terrorismo son múltiples aunque poco tengan que ver con los que buscan los terroristas. Los que atentaron el 11 de marzo en Madrid no querían acabar con el Gobierno del partido que tenía entonces la mayoría. Tal vez ni sabían que había elecciones. Pero lo cierto es que entre los días 11 y 14 de marzo España vivió los momentos más bajos de su moral civil en muchos años, y que el Gobierno cambió. Desde aquel día, cualquier víspera electoral española se desarrolla en una calma más tensa de lo normal.
Hoy, a un mes de las elecciones generales y tras la matanza de París, el presidente Rajoy lleva el sobresalto en la cara. Los tratados de la Unión Europea le exigen solidaridad militar con el aliado herido, pero, al mismo tiempo, teme que le organicen el nuevo complot del no a la guerra. Y teme un atentado. Humanamente, pero también políticamente. El presidente parece vivir, como tantos españoles, bajo el síndrome de La Marsellesa. Es decir, acomplejado por esa imagen de las dos cámaras reunidas cantando el himno, sin desafinar.
El contraste con el «¡Aznar asesino!» de la manifestación del 13 de marzo es, sin duda, vivísimo. Pero el canto unánime de las cámaras y su mítica belleza no debe ocultar una realidad menos ejemplar. Y es que hay franceses que silban a La Marsellesa (Sarkozy tuvo que amenazar con suspender los partidos de fútbol si la ceremonia de rechazo se repetía); y mucho peor: hay franceses que matan indiscriminadamente a otros franceses. Puede que Hollande y Bernard-Henri Lévy tengan razón cuando dicen que Francia está en guerra. Pero les horrorizaría decir que, en ese caso, también es una guerra civil. Actualizar los términos de la unidad nacional francesa significa añadirles una inesperada fragilidad. La Marsellesa es un himno bello y eficaz, pero su capacidad de aunar voluntades se ha resentido.
La unidad más o menos sentimental de las naciones está amenazada en muchos lugares de Europa. El cambio, puramente físico, que registran las metrópolis es apariencia de una mutación más vasta. La globalización y la inmigración masiva van a provocar una larga transición hacia modelos de comunidades que acabarán siendo estables, pero distintas respecto de esa unidad sentimental. Por lo tanto, y frente a la zozobra de la mutación, lo infalible es y será acogerse a los principios. O sea, al Estado de Derecho y al lubricado de sus tres gigantes: la escuela, la información y la Policía.
Quiero decir que Rajoy persevere en su célebre y fértil obediencia europea.
EL MUNDO 19/11/15 – ARCADI ESPADA