ABC 19/11/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Ante un ataque terrorista similar, Francia se ha puesto en pie y ha devuelto el golpe. España se dividió y abandonó a sus aliados
SIENTO envidia de Francia. Lo digo abiertamente. Me produce envidia, una envidia sana, ver a todo un pueblo unido en torno a unos valores irrenunciables, universalmente identificados con la Patria: libertad, igualdad, fraternidad. Oír a jóvenes y no tan jóvenes cantar la Marsellesa con una sola voz, asumiendo en ese gesto el compromiso de defender a su nación de quienes pretenden someterla por la fuerza del terror. Comprobar cómo sus líderes políticos son capaces de llevar sus diferencias allá donde han de tratarse, el Parlamento, sin acusarse unos a otros de haber provocado unas muertes únicamente imputables a los feroces yihadistas que nos han declarado esta guerra. «Nos», no «les». Porque la guerra que enfrenta barbarie a civilización no ha hecho más que empezar y compete a cualquier país merecedor de alinearse en el bando civilizado. No hay medias tintas que valgan. O bien se está con los bárbaros o bien se les planta cara.
Ante un ataque terrorista de similares características, Francia se ha puesto en pie, ha cerrado filas con su Gobierno y ha devuelto el golpe en menos de 24 horas. España se dividió, confundió a las víctimas con los agresores y salió corriendo de Irak, abandonando a sus aliados. Los franceses han demostrado más coraje que nosotros. Más firmeza en sus principios. Más musculatura democrática. Lo digo desde el dolor, con profunda vergüenza y porque amo a mi patria, sabiendo que a muchos de ustedes, queridos lectores, la reacción de nuestros dirigentes a ese terrible 11 de marzo de 2004 les infligió la misma humillación que a mí. Pongo el dedo en esta llaga con la esperanza de que algo así no vuelva a suceder nunca y sepamos aprender de un pueblo capaz de crecerse en el combate contra un enemigo despiadado que, como reza el himno francés, viene a degollar a nuestros hijos y compañeros aquí, en nuestra casa, ante nuestros ojos.
Vaya por delante mi admiración hacia las tropas españolas que se han enfrentado valerosamente al terror islamista en el Líbano, Afganistán o el norte de África. Hace pocos meses tuve ocasión de visitar varios destacamentos de nuestras Fuerzas Armadas allí y hablar con los hombres y mujeres que los integraban. Ni una queja salió de sus labios. Antes al contrario, encontré en ellos la mejor disposición para cumplir con su misión de protección avanzada estirando hasta el infinito los medios de los que disponen, necesariamente limitados considerando que España es uno de los países de la OTAN que menos dinero destinan a la Defensa: el 0,9 por ciento del PIB, frente al 1,2 de Alemania, 2 del Reino Unido, 2,2 de Francia o 3,5 de Estados Unidos. «Que nos defiendan otros» parece ser nuestro lema. Gastar en Defensa no se considera «progresista» ni tampoco da votos, por muchas vidas que salve. Aquí siempre se prioriza el voto.
Si la ciudadanía española se pareciera más a la francesa; si ciertos valores democráticos como la libertad, la igualdad, la solidaridad o la dignidad pesaran más en los ánimos que la mera preservación de una falsa apariencia de seguridad, alguno de los partidos en liza el próximo 20-D se habría atrevido a levantar la bandera del compromiso en esta lucha contra el Mal absoluto. Alguno habría abogado por ofrecer al menos a los coaligados la contribución simbólica de un par de aviones, a fin de mostrar nuestra implicación activa en su causa. Dados los precedentes, los tres grandes se han puesto de perfil ante las justas demandas de Hollande, mientras Podemos se instalaba directamente en una equidistancia miserable, no sabemos si por miedo a un atentado o por temor a las urnas. Palabras, palabras y más palabras huecas. Un vano empeño de trocar paz por dignidad, como si la indignidad pudiese evitar esta guerra.