ABC 22/11/15
GNACIO CAMACHO
· Justa y necesaria pero inoportuna; así es la intervención en Siria para un Rajoy escaldado por la memoria de un fracaso
SI España acudiese a bombardear al IS en Siria, cosa que no ocurrirá, tendría que pedir a la UE un crédito para pagar el combustible y las bombas. Así se costean de hecho los despliegues exteriores de nuestras Fuerzas Armadas, que aprovechan esas misiones para mantener entrenadas a unas tropas que carecen de fondos operativos ordinarios. Este es el país número 20 de Europa en gasto de defensa: menos de un 1% del PIB. Un dato que convierte en ridícula cualquier pretensión de actitud belicista.
Resulta por tanto estrambótico el movimiento de «no a la guerra» con que la izquierda radical intenta reactivar sus menguantes expectativas electorales. La inquietud que ha provocado en el Gobierno se debe al resquemor de un Rajoy escaldado por la derrota de 2004, que lleva grabada a su fuego en su memoria de fracasos. La prioridad de La Moncloa tras el atentado de París –y la eventualidad de un ataque yihadista en suelo español– consiste en evitar los errores de arrogancia que en aquellos días aciagos cometió un Aznar obcecado. Con ventaja consolidada aunque corta en las encuestas, el presidente cuida al máximo el consenso antiterrorista a costa de ponerse de perfil en el plano diplomático, donde Hollande pide ayuda urgente para su razonable ofensiva contra Estado Islámico. Una colaboración que España sólo podría prestar en el plano simbólico, dada su nula relevancia en la escala del poderío militar europeo. Pero un solo soldado en suelo sirio o un solo avión en patrulla de reconocimiento serían utilizados por el izquierdismo populista para convertir de nuevo al PP en el blanco perfecto de su pacifismo airado.
Pocas circunstancias, sin embargo, son tan concluyentes como las actuales para determinar la intervención en Siria como una guerra justa y necesaria. Francia tiene razón: no sólo porque le asiste el derecho de represalia, sino porque la amenaza terrorista sólo se puede combatir mediante la destrucción completa y terminal del IS. Quienes hablan de posibles víctimas colaterales deberían acordarse de los asesinados de París, como de los de Damasco, Palmira, Bamako, Irak o Yemen. Todos ellos civiles inocentes convertidos por el designio islamista en objetivo explícito de su estrategia de horror indiscriminado. En la lucha contra este delirio sangriento se cumplen todas las premisas con que Obama definió la justicia de una guerra en su discurso del Nobel de la Paz en Oslo. Pero el propio presidente americano se inhibe ahora atenazado por la cobardía política y el temor a la neutralidad indolora de sus conciudadanos.
Justa, sí, pero inoportuna; ese es el diagnóstico tras el que el Gobierno español busca, al menos hasta el 20-D, el parapeto de un compromiso internacional que difícilmente amparará una gran coalición armada. No cabe culparlo de apocamiento sin admitir que los propios españoles hemos sentado dolorosos precedentes insolidarios.