ABC – 20/12/15 – JON JUARISTI
· La degradación violenta de la política ha rebasado ya el nivel de los meros indicios.
Hace un siglo, con Europa a punto de entrar en el tercer año de la contienda que iba a acabar con todos los conflictos armados (según habían creído en agosto de 1914 los millones de muchachos que se alistaron alegremente en los ejércitos de las naciones beligerantes), estaba muy claro que la civilización occidental había entrado en una fase de brutalización sin precedentes. En 1915, al contrario de lo que había sucedido en el anterior diciembre, no hubo tregua de Navidad, y aún estaba por llegar lo peor, lo que conocemos como la batalla del Somme y que no fue una batalla, sino una concatenación de batallas que se cobró más de medio millón de bajas en unos pocos días y dejó sin hombres jóvenes a numerosas comarcas del Reino Unido. El resto de la centuria –el siglo de la megamuerte– no desmereció de la Gran Guerra en su escalada de terror.
Nuestro horizonte inmediato no es mucho más esplendoroso. Las diversas formas de asesinato político de masas ensayadas a lo largo del siglo XX se repiten con tal celeridad acumulativa que se puede sospechar que hay prisa por llegar cuanto antes a formas todavía insólitas de criminalidad genocida. Nos hemos enterado esta semana, por ejemplo, de que el ISIS ha asesinado en Mosul a cuarenta niños con el síndrome de Down, después de que un juez islámico dictaminara a favor del exterminio de menores físicamente defectuosos. Ya estos malnacidos –los del ISIS, no sus víctimas– habían mostrado afición a matar con frecuencia a niños soldados de sus propias filas, para aterrorizar así a los sobrevivientes y emplearlos como dócil carne de cañón en sus enfrentamientos con los milicianos kurdos y el ejército de Al-Asad, pero cabe recordar que un buen número de las guerrillas revolucionarias africanas, desde Somalia a Sierra Leona, los han precedido en estas prácticas.
También esta semana ha sido detenido en Madrid un miembro de las FARC que realizaba abortos forzosos a las esclavas sexuales violadas por los asesinos narcocomunistas colombianos, que las secuestraban en aldeas y comunidades indígenas con el pretexto de convertirlas en guerrilleras. Puede ser medio millar, o más, el número de fetos y recién nacidos que ha aniquilado el angelito conocido por «el Médico», un tal Albeidis Arboleda Buitrago. Hay, efectivamente, cierto aire de familia entre la gentuza de Al-Baghadí y los sicarios de las bandas del mañana radiante. Qué tipos, en efecto, los de este comunismo del siglo XXI, como el veterano diputado brasileño Fernando Furtado, que ha propuesto –también esta semana– dejar morir de hambre a toda una etnia indígena amazónica, los Awa, por vagos y homosexuales.
Lo del juez islámico de Mosul me ha recordado aquella gran película de Stanley Kramer, Vencedores o vencidos, de 1961, en la que Burt Lancaster encarnaba a un juez alemán, Ernst Janning, que habría aprobado la esterilización de los incapacitados mentales en la época nazi: una figura ficticia, cuya condena simbólica en la pantalla pretendía compensar la impunidad de los miles de asesinos nazis (de judíos, gitanos, enfermos y disminuidos) exonerados de toda culpa gracias a la Guerra Fría. Todos los totalitarismos se parecen, y la estupidez los cultiva en el seno de las democracias cuando estas deciden suicidarse por buenismo o por cuquería. Así, tras cualquier inocente propuesta de selfie con un candidato, presidente o diputado puede agazaparse un Capi o un Pequeño Nicolás. Ambas categorías o faltas de categoría, la del pirado violento y la del aprendiz de chorizo de altura, son letales para la libertad y propicias a la brutalización. En fin, vaya semanita la que hoy concluye (o empieza) a las 24 horas, una menos en Canarias.
ABC – 20/12/15 – JON JUARISTI