FRANCISCO SOSA WAGNER – EL MUNDO – 14/01/16
· El canciller Helmut Schmidt dirigió un Gobierno compuesto por socialdemócratas y liberales. Siempre hizo primar la razón de Estado sobre los sentimientos humanitarios. Hoy no podría formar parte de la dirección del PSOE.
Ante las turbulencias que agitan a los socialistas españoles quizás resulte interesante recordar las posiciones políticas del fallecido canciller socialdemócrata alemán Helmut Schmidt. Pienso que no es superfluo acercarse a él para conocer su forma de gobernar, sus posiciones políticas, su modo de enfrentarse a las severísimas crisis que hubo de afrontar: el «canciller de las crisis» le ha llamado el historiador H. A. Winkler.
Para empezar conviene saber a quienes en nuestros pagos sufren de la dolencia ocular que consiste en no distinguir más que el rojo y el azul que Helmut Schmidt dirigió un Gobierno compuesto por socialdemócratas y liberales. Y no durante un par de fines de semana, sino desde 1974 a 1982. Se ve por tanto que lo que, para los actuales dirigentes socialistas españoles, resulta anatema, un chamuscarse en el fuego del infierno, para Schmidt, que algo sabía de socialismo y de política, resultó lo más natural del mundo. Pero es que, además, en el gobierno anterior, que estuvo presidido por un tal Willy Brandt (no sé si este nombre les suena a nuestros socialistas) fue ministro de Defensa y después de Finanzas en coalición ¡oh, sorpresa! también con ¡los liberales!
Cuando perdió una votación en el Bundestag en octubre de 1982 cedió el mando al cristiano-demócrata Helmut Kohl. ¿Y qué hizo Schmidt a partir de entonces hasta su muerte? Aceptó la invitación del prestigioso diario Die Zeit para incorporarse a su redacción como coeditor y, desde allí, ha estado interviniendo en todos los debates políticos, dando conferencias y escribiendo libros que ayudan a navegar con seguridad en medio de los grandes temporales. Jamás aceptó poltronas ubérrimas de esas que es frecuente ofrecer a quienes abandonan los elevados pináculos de la política.
Schmidt tuvo que enfrentarse a momentos dramáticos. 1977 fue un año negro para Alemania: la llamada Fracción del Ejército Rojo asesinó al fiscal general y al presidente del Dresdner Bank y secuestró al presidente de la patronal alemana Hans Martin Schleyer. Por si pareciera poco, un avión de la Lufthansa fue asimismo secuestrado por un grupo de terroristas árabes que pidieron la liberación de 11 presos. Noventa era el número de rehenes cuya vida pendía de un hilo en el aeropuerto de Mogadiscio. Pero fueron liberados por fuerzas alemanas. Unas horas más tarde, se suicidaban en la cárcel de Stuttgart Andreas Baader y otros cabecillas del Ejército rojo. La respuesta fue el asesinato de Hans Martin Schleyer.
Hasta el final de sus días ha estado pronunciándose Schmidt sobre su decisión de hacer primar a la razón de Estado sobre los sentimientos humanitarios, un momento de su peripecia vital que, en su intimidad personal, tanto le torturó. Son de ver las imágenes del oficio fúnebre del empresario con la familia de éste y Schmidt en primera fila del templo. Pero, al cabo, llegó a tener la satisfacción de recibir en 2012 nada menos que el premio Hans Martin Schleyer destinado a galardonar «las contribuciones sobresalientes a la consolidación y a la promoción de los fundamentos que sustentan una comunidad libre».
Otra gran tempestad política a la que hizo frente Schmidt fue el enfrentamiento entre la OTAN y la Unión Soviética ocasionada por el estacionamiento de misiles. Ya desde finales de los años cincuenta había estado advirtiendo el diputado Schmidt en el Bundestag sobre asuntos de seguridad. El mantenimiento del equilibrio militar en Europa era para él una exigencia vital del orden democrático amenazado por el totalitarismo soviético. Schmidt consigue en la isla Guadalupe en 1979, en un encuentro con Jimmy Carter, Valéry Giscard d’Estaing y James Callaghan, un compromiso que se llamó el «doble acuerdo» de la OTAN, impulsor del estacionamiento de misiles de alcance medio si fracasaban las negociaciones de desarme entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Desde su partido, el SPD, le armaron la gran bronca y fueron millones de alemanes los que salieron a la calle vestidos con el traje del pacifismo. Motejado como el «canciller de los misiles», no fue con todo el peor insulto que hubo de oír. En Youtube puede seguirse una entrevista en la que, refiriéndose a estos manifestantes, amenazadores por su número y sus maneras, asegura sin temblarle la mano con el cigarrillo: «A estas personas parecía no importarles que pudieran ser destruidas ciudades como Stuttgart o Munich; a mí, sí».
En el artículo que ha firmado, en la hora de la despedida, Sigmar Gabriel, actual vicecanciller socialista (en un Gobierno de coalición con la cristiano–demócrata Angela Merkel, otro sinsentido para los dirigentes actuales socialistas) en Die Zeit (12 de noviembre pasado), recuerda una visita al anciano compañero de partido en la que éste le dice, recordando el episodio de los misiles: «Tú, Sigmar, votaste sin duda contra mí». A lo que Gabriel responde: «Sí, Helmut, pero tú tenías razón y nosotros, no».
Y este mismo reconocimiento recibe, ya desde la tumba, del actual presidente de la República, Joachim Gauck (asimismo en Die Zeit): «Veo en él un modelo para políticos y para ciudadanos, ahora y en el futuro. La democracia necesita personas como Helmut Schmidt». En el ámbito económico se enfrentó a otra crisis nada cómoda: la del petróleo del otoño de 1973. Y lo hizo en complicado pero eficaz concierto con sus socios liberales, conscientes ambos de que la suya no era una coalición para resolver problemas filosóficos sino para solucionar los acuciantes que derivaban de la situación creada por los países árabes productores de petróleo. Solía decir Schmidt que «la política no tiene como fin fomentar la felicidad sino evitar el sufrimiento».
NADIETUVO que enseñarle, de otro lado, que había pasado la época de las soluciones nacionales por lo que la cooperación internacional pero, sobre todo, la europea resultaba imprescindible. Su amistad con el conservador presidente Giscard era de todos conocida. Juntos planearon las reuniones periódicas de los jefes de Estado y de Gobierno europeos, una iniciativa plausible en su momento porque estaban pensadas para celebrarse dos veces al año; hoy, cuando tienen lugar cada 15 días, son una catástrofe. Pero también a Schmidt se debe el impulso para convocar en 1979 las primeras elecciones democráticas al Parlamento europeo. Tanta fe tenía en esta institución que, al final de su vida, en una entrevista que le hizo Joschka Fischer (2013), llega a decir: «Yo deseo un auténtico golpe de Estado del Parlamento europeo».
Su autor de cabecera fue Popper, de manera que su pensamiento impregna la forma de ser y razonar de este canciller alemán a quien enseñó a huir de las utopías y a caminar por la senda de un socialismo liberal o de un liberalismo social. En su mesa de trabajo nunca faltó tampoco un ejemplar de las Meditaciones de Marco Aurelio. Algo más que aficionado a la música, tocaba con gusto y frecuencia el piano siendo sus compositores favoritos Johann Sebastian Bach y Mozart. No es mala compañía.
Con dolor de antiguo militante socialista, con dolor ahora de ciudadano español, contesto a la pregunta que sirve de título a este artículo: No, hoy Helmut Schmidt no podría figurar en la dirección del Partido Socialista Obrero Español.
Francisco Sosa Wagner es catedrático de Universidad. Su último libro se titula Memorias europeas (Editorial Funambulista, 2015).