MAYTE ALCARAZ – ABC – 19/01/16
· La reforma del Estatuto que impulsó el expresidente fue la mejor bebida energética para los secesionistas.
Tomar Red Bull (bebida energética que creó un austriaco) da alas. Beberse unos vinos con Miguel Ángel Revilla (un proyecto de presidente autonómico entregado al share) debe desvanecer la memoria. El líder socialista, Pedro Sánchez, llamó el domingo a César Luena para reclamarle un buen eslogan con el que colarse en el telediario y, de paso, justificar la viga separatista que el pasado viernes se introdujo en el ojo –cediendo cuatro senadores a Junqueras y Puigdemont– maldiciendo la mota en el de Rajoy. He aquí el hallazgo de Luena que alumbró el domingo: «Rajoy es el red bull que da alas a los independentistas». Y ni corto ni perezoso, Sánchez lo hizo suyo.
El jefe de Ferraz equiparaba así la falta de contrapartidas del Gobierno al chantaje del soberanismo catalán con algo similar a una bombona de oxígeno para sus cabecillas. Olvida que es en su árbol genealógico político donde luce por méritos propios el gran artífice de la cesión mendicante ante los nacionalistas catalanes: José Luis Rodríguez Zapatero. El día que un presidente del Gobierno español sometió su soberanía y la de los españoles a lo que decidiera un Parlamento territorial, empeñado con su Estatuto en dinamitar la Constitución, escribió el epitafio a la unidad de España, que sigue maltrecha pero a salvo gracias a la responsabilidad de los que le sucedieron.
Ese presidente, que hoy emula sin demasiado éxito a Felipe González con cenas reservadas para conspirar contra Sánchez, ha intentado abdicar de aquella infame frase en la que aseguraba que «aprobaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña». Tanto, que hace unos meses se rasgó las vestiduras en un programa de televisión: «Es verdad que la frase no fue muy afortunada. Intenté rectificar», dijo. Tarde. Tan tarde que la afrenta del soberanismo terminó con un recurso ante el Tribunal Constitucional que anuló una serie de artículos abiertamente inconstitucionales. Pasqual Maragall se quedó tan mudo como un año antes cuando, tras espetarle a Artur Mas lo de las comisiones del 3% de CiU, no promovió ni un solo procedimiento parlamentario para demostrarlo. Tuvo que ser Jordi Pujol el que le diera la razón indirectamente con su estupefaciente fortuna familiar.
De esa semilla, creció el desafío ilegal que ha tenido que arrostrar el Gobierno que sucedió a Zapatero. Lo presidió Mariano Rajoy. Pero tanto da. Hecho el daño, la cataplasma solo podía ser resistir el envite antidemocrático y responder proporcionalmente con la ley. La tragedia ya estaba escrita a trazos infantiles por un jefe de Gobierno al que los historiadores tendrán que colocar en un lugar bien vergonzante. Su sucesor en el liderazgo socialista parece calcar los mismos patrones: un personalismo pueril con pulsiones de revanchismo histórico contra el centro-derecha. Sánchez aprendió de Zapatero que lo mejor para ser presidente del Gobierno es arrinconar políticamente al PP. Y en eso está mientras evita que en su partido lo jubilen a los 44 años.
En 2006, los socialistas catalanes votaron a favor del Estatuto que dotaba a esa Comunidad de un título de nación que previamente ya le había concedido el segundo presidente socialista cuando dijo que el concepto de nación «es discutido y discutible». Curioso que desde entonces los secesionistas catalanes no han hecho más que fortalecerse bulliendo en la vana mitología en la que basan su ideario.
Gracias a Zapatero, hasta Artur Mas se hizo independentista, después de haber asegurado que Cataluña estaba bien en el Estado. Luego, la crisis económica que el expresidente no quiso reconocer hizo el resto. En la olla del nacionalismo fue cociéndose, a partes iguales, la frustración con que una parte de los secesionistas recibieron el revolcón del TC a un texto anticonstitucional que impulsó el mismísimo presidente del Gobierno español y la crisis económica que ese responsable socialista negó sin tomar ni una sola medida para atajarla hasta que las urnas le echaron. Ese sí que fue un refrescante red bull. Listo para ser degustado por los nacionalistas.
MAYTE ALCARAZ – ABC – 19/01/16