Es de una ingenuidad preocupante dar por sentado que una simple manifestación de arrepentimiento en individuos cuyo cruel cinismo ha sido demostrado tan palpablemente, sea suficiente para probar su reinserción.
El portavoz del Gobierno vasco se ha opuesto, como era de esperar, a la propuesta gubernamental de endurecer las condiciones para la excarcelación de etarras. La liberación de terroristas tras cumplir el diez o el veinte por ciento de su tiempo de condena «hace daño a ETA», ha afirmado Imaz en un momento de feliz inspiración. Así, de acuerdo con la esclarecida visión de la cúpula peneuvista, aquellos asesinatos cometidos por convictos de la banda puestos en la calle prematuramente gracias a la benevolencia del actual sistema y a la estupidez o al miedo de determinados jueces de vigilancia penitenciaria, han perjudicado terriblemente a la organización criminal con la que acordaron en su día el pacto de Estella, se supone que también con la sana intención de infligirles un severo castigo.
Todas las objeciones presentadas a la reforma promovida por Aznar se han basado o bien en su carácter oportunista operación de comunicación consistente en atraer la atención de la opinión hacia un nuevo foco de polémica para que olvide el desastre del «Prestige», o bien en su posible vulneración del principio constitucional de la privación de libertad entendida como instrumento de reinserción social. Sobre el primer reproche cabe decir que es tan banal en comparación con la cuestión debatida, que provoca vergüenza ajena. Ya la sabiduría popular consagró hace siglos la idea de que no importa que los renglones sean torcidos si el texto final sale recto en su contenido. En cuanto a la segunda pega, que sin duda merece atención, se resuelve acordando qué se entiende por garantías de resocialización. Ningún legislador en sus cabales elaboraría una norma que permitiese que un delincuente decidido a continuar siéndolo abandonase la prisión antes de cumplir su sentencia. Por tanto, el problema estriba, tal cómo ha visto inteligentemente Juan Fernando López Aguilar, una de las cabezas mejor amuebladas del PSOE, en asegurar de manera fehaciente que una vez fuera de la cárcel el etarra no vuelva a las andadas. Y es en este punto en el que la izquierda revela su natural tendencia al angelismo, porque dar por sentado que una simple manifestación de arrepentimiento en individuos cuyo cruel cinismo ha sido demostrado tan palpablemente, es suficiente para probar el éxito de su proceso de reeducación, resulta, como mínimo, de una ingenuidad preocupante.
Parece más acertado, como ha sugerido el ministro de Justicia, dejar abierta la puerta a la reinserción mediante mecanismos que revelen mejor su autenticidad. La cooperación activa con el Estado democrático para combatir a sus antiguos compañeros de fechorías, por ejemplo, es un criterio bastante más sólido que una mera firma al pie de un papel probablemente mojado. Si la política no es en general una actividad seráfica, mucho menos debe caer en la bondad excesiva cuando se trata de defender la vida de los ciudadanos.
Aleix Vidal-Quadras, LA RAZON 3/1/2003