PATXO UNZUETA – EL PAIS – 18/07/16
· José Ramón Recalde, maestro socrático de la generación que ahora entra en la edad de jubilación, ha fallecido este domingo en San Sebastián a los 85 años, 16 después de que un miembro de ETA intentase quitarle la vida de un disparo a bocajarro a las puertas de su casa en Igeldo (Gipuzkoa). Ese episodio es el punto de partida de una autobiografía que tituló Fe de vida en la que busca los fundamentos morales de «lo que he hecho y lo que podía haber hecho y no hice».
Fue la suya una vida marcada por la teoría y la práctica de la política. Fundador y principal dirigente en el País Vasco del Frente de Liberación Popular, el Felipe, un grupo de origen cristiano en el que hicieron su aprendizaje muchos futuros políticos de la Transición que desembocarían en la socialdemocracia tras un rodeo por el izquierdismo post-68.
Ese rodeo fue motivo de reflexión para Recalde: ¿qué explicación tiene que muchos de los que se enfrentaron a la dictadura lo hicieran desde ideologías no democráticas? Reconocerlo no significa aceptar el reproche de los que, como escribía en 2004, «solo pasivamente estaban por la democracia» y ahora amonestan por ese pasado radical a quienes hicieron lo que pudieron contra el franquismo.
Una posible explicación es que la desproporción entre los logros de la actividad conspiratoria antifranquista y los riesgos que implicaba era tan enorme que solo en nombre de un futuro glorioso, la Revolución, la Independencia, un Mundo Nuevo, era psicológicamente posible asumir los riesgos de la militancia clandestina.
Catedrático de la Universidad de Deusto en San Sebastián, autor de varios libros sobre teoría y pensamiento político, el más conocido de los cuales es La construcción de las naciones(1983), Recalde participó también muy activamente en la política institucional, en gobiernos de coalición de PNV y PSE, primero como Director de Derechos Humanos y luego como consejero de Educación, de Justicia y Portavoz. También fue miembro del Consejo de Estado durante el segundo mandato de Zapatero.
«UN DEFENSOR DE LA LIBERTAD Y LA DEMOCRACIA»
Tras la muerte de Recalde, fallecido en un centro hospitalario en el que se encontraba ingresado tras haber sufrido una embolia pulmonar, multitud de representantes públicos han expresado públicamente sus condolencias y han reconocido la labor del exconsejero. Ellehendakari, Iñigo Urkullu, lo ha calificado de persona «ejemplar». El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha insistido en que «no lo olvidaremos». Y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, lo ha descrito como «un socialista ejemplar y un defensor de la libertad y la democracia»
Abogado de sindicalistas y movimientos sociales, como el antinuclear, impulsor de la primera ikastola de la postguerra en Donosti, ha sido sobre todo una permanente referencia intelectual y moral para las generaciones siguientes a la suya, en particular sus exalumnos, precisamente porque siempre resistió la tentación de halagar a los jóvenes o de adaptarse a lo que en cada momento aparecía como políticamente correcto.
En toda su trayectoria le ha acompañado su mujer, María Teresa Castells, la propietaria de la librería Lagun, objeto de ataques de la extrema derecha en las postrimerías del franquismo y de las mutas de acoso abertzaleshasta no hace mucho. Una carta publicada en la prensa donostiarra hace algunos años daba el dato de que los pocos comercios de la Parte Vieja que cerraron en protesta por el Juicio de Burgos en 1970 fueron los mismos, entre ellos Lagun, que se negaron a acatar años después la orden de cierre dada por los piquetes que habían convocado jornada de lucha en memoria de un activista fallecido al estallarle la bomba que preparaba.
Ramón y María Teresa, como sus hijos Andrés, Blanca, Esteban y Elena, han sido sobre todo personas muy queridas, entre otros motivos por su afabilidad y su bondad. También por su buen ánimo frente a la adversidad. Como cuando Recalde explicó por qué en su caso había fallado la teoría sartriana de que el torturador es incapaz de resistir la mirada del torturado. «El problema», decía, «fue que el policía que me interrogaba no había leído a Sartre».
PATXO UNZUETA – EL PAIS – 18/07/16