Yemen ha sido escenario del terrorismo global desde su aparición a en los años noventa, aunque ha vivido cambios recientes. Al Qaeda siempre ha ambicionado trasladar el epicentro de su actividad a la península Arábiga, la tierra sagrada del islam. La situación en Yemen es peligrosa, pero contenible y reversible si no se repiten errores cometidos en otros lugares.
Casi de súbito, como consecuencia de lo ocurrido el pasado día de Navidad en el vuelo 253 que se aproximaba al aeropuerto de Detroit procedente de Ámsterdam, el presidente estadounidense, Barack Obama, ha enfatizado que Yemen es una prioridad de su agenda contraterrorista y señalado a la extensión territorial de Al Qaeda que opera en dicho país como importante objetivo a combatir. Sin embargo, Yemen ha sido escenario del terrorismo global desde su aparición a inicios de los noventa del pasado siglo. Aunque entre los seguidores que allí tiene Osama Bin Laden se han producido algunos cambios recientes. Pero, ¿qué ocurre con Al Qaeda en Yemen?
En primer lugar, ocurre que una facción yemení de Al Qaeda se ha convertido en el componente principal de la reconstituida Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), en la que se ha fusionado también un grupo saudí análogo. Así fue anunciado en enero de 2009. Tras haber sido virtualmente desmantelada, una vez que las autoridades de Riad respondieron contundentemente a los atentados que perpetró en su reino durante 2003, AQPA se ha reorganizado desde 2006, bajo el liderazgo de terroristas yemeníes que se fugaron de prisión ese último año y han marcado a la organización con su hostilidad tanto hacia Occidente como hacia los musulmanes no rigoristas.
En segundo lugar, ocurre que Al Qaeda en la Península Arábiga ha incrementado significativamente tanto sus recursos materiales y humanos como sus capacidades operativas a lo largo de 2009. Actualmente, AQPA cuenta con terroristas entrenados en Somalia y mantiene relaciones con Al Shabab, organización terrorista asociada con Al Qaeda en esa zona, además de estar incorporando militantes retornados de Irak y no pocos de los centenares de convictos o sospechosos de terrorismo yihadista que por unos u otros motivos, razonablemente discutibles a la vista de los resultados, han sido excarcelados por el debilitado Gobierno de Saná en los últimos años.
Ocurre, en tercer lugar, que las principales corrientes salafistas en Yemen, aparentemente respetuosas con la autoridad establecida y críticas con Al Qaeda, han evidenciado ambivalencias y contradicciones favorables al avance del salafismo yihadista. Ello, unido a una narrativa popular que intenta beneficiarse de la tradicional desconfianza tribal hacia el Gobierno, una cultura de venganza combinada con la mayor tasa de armas ligeras respecto a la población en el mundo, lamentables oportunidades vitales para la juventud de un país empobrecido y el desarrollo de la propaganda en Internet, propicia la penetración de AQPA en la sociedad yemení.
En cuarto lugar, ocurre que Al Qaeda se está planteando Yemen, al igual que Somalia, como alternativa al santuario del que aún dispone en las zonas tribales de Pakistán, especialmente si la ofensiva desarrollada por el Ejército paquistaní en Waziristán del Sur continúa y se extiende. En ese empeño coincide con el intento de AQPA por establecer una zona segura en áreas del suelo yemení, donde la autoridad estatal es hoy muy precaria y está afectada por contenciosos de índole sectaria o separatista. Por otra parte, Al Qaeda ambiciona, desde su misma creación, trasladar el epicentro del terrorismo global a la península Arábiga, la tierra sagrada del islam.
La situación en Yemen es peligrosa, pero contenible y reversible si no se repiten errores cometidos en otros lugares. A corto plazo, el Gobierno yemení necesita de ayuda externa para adecuar agencias e instrumentos contraterroristas, así como de una efectiva cooperación regional. La asistencia multifacética de Estados Unidos debe complementarse, ganando en legitimación, con iniciativas colectivas para implementar en el país la estrategia global contra el terrorismo de Naciones Unidas. Asimismo, a las autoridades de Saná compete revisar sus excarcelaciones. A medio y largo plazo, urge revertir las precondiciones y contrarrestar los agentes de radicalización yihadista.
(Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano)
Fernando Reinares, EL PAÍS, 5/1/2010