Responsabilidad política y dimisiones

ABC 28/09/16
EDITORIAL

PLANTEADA la guerra en el PSOE en los términos en los que lo está hoy, solo queda esperar unos días para conocer qué bando vence al otro. En cualquier caso, es una evidencia que el partido ha entrado en una inédita fase de desguace interno en la que los líderes se despellejan entre sí sin contemplaciones. Hoy es imposible saber quién cuenta con más opciones de salir victorioso del Comité Federal del sábado porque la división en el PSOE es absoluta. Nunca se habían visto este grado de virulencia ni esta cota de desprecio mutuo entre unos sectores y otros, y las consecuencias son imprevisibles. Ayer, Susana Díaz abrió la puerta a disputar el liderazgo a Sánchez. A su vez, el secretario general ejerció de «rey desnudo» y avanzó que, pierda o gane el debate del Comité Federal, no dimitirá. Se niega a asumir las «responsabilidades políticas» que exige alegremente a otros. Si para todos los candidatos que pierden elecciones y cosechan los resultados más pobres de su historia las «responsabilidades políticas» son de ida y vuelta, no pueden ser solo de ida para él.

Sánchez encarna la historia de un fracaso y el hundimiento de un proyecto político centenario. Y para plantar cara a sus críticos, recurre a falacias argumentales como sostener que, mientras que él representa a la izquierda auténtica, los barones rebeldes son meros acólitos de la derecha y quieren ver a Rajoy como presidente. Para ello recurre a una manipulación brutal de sus bases, apropiándose de ellas para denostar a sus críticos. Sin embargo, Sánchez olvida que, si orgánicamente los afiliados del PSOE son soberanos, electoralmente el PSOE se desangra a chorros. Desde hace siete procesos electorales, pierde dosis masivas de votantes anónimos que no confían ni en su radicalidad ni en su sectarismo, y que son exactamente igual de progresistas y socialistas que el propio Sánchez. Si las urnas del PSOE se llenasen solo con los votos de afiliados, es probable que no obtuviera un solo escaño en España. Trasladar cualquier decisión sobre la gobernabilidad de España a menos de 200.000 afiliados, dejando al margen a cinco millones de votantes socialistas –llegaron a ser casi once–, es jugar con las cartas marcadas y tomar el pelo a su Comité Federal. El PSOE como institución pertenece a sus militantes, pero, como proyecto político, también a sus votantes. Y si los votantes le castigan con esta dureza, es urgente rectificar y asumir la «responsabilidad política» que se exige de un perdedor. Sencillamente, Sánchez demuestra temeridad. Está amplísimamente desautorizado por sus cuadros más relevantes, pero se enroca de modo incomprensible retando a la lógica y dañando a sus siglas. Frenar a Sánchez por el bien del PSOE es una exigencia; y que alguien le haga frente con otra candidatura, una necesidad de higiene política.