Los protagonistas del evento fueron Mariano Rajoy, Javier Fernández y Susana Díaz. Los festejos oficiales del 12 de Octubre se celebraron por primera vez con un Gobierno en funciones. Pero sin pizca de angustia. El horizonte político –aun habiendo comenzado la época de lluvias– aparece ya despejado. La España en funciones da sus últimas boqueadas. Si bien con muy distintos estados de ánimo. Mientras que en los labios del PP hay un sabor balsámico, la amargura se ha instalado como un tatuaje en el rostro del PSOE. El Rey, por su parte, respira tranquilo después de 10 meses de dudas y zozobras.
La ceremonia gestual de Mariano Rajoy –expresando la prudencia y el silencio a través de la mímica– fue más expresiva acerca de su seguro futuro como presidente que sus palabras, que no dijeron nada. Así como el tacto de sus ministros en funciones, muy cuidadosos de no ofender el honor del PSOE, la pata herida del bipartidismo.
No hicieron falta palabras tampoco para apreciar el desconsuelo socialista. Bastó contemplar el rostro apesadumbrado de Javier Fernández, el político de principios y de provincias agobiado en la Corte, que abandonó los salones del Palacio nada más llegar la marabunta de los periodistas con sus preguntas sobre la investidura. Temprano advirtió el presidente de la Gestora que allí, en aquel ambiente oficial, todo iban a ser parabienes, mientras en las sedes del PSOE, los militantes –y algunos dirigentes autonómicos– no se resignan a dar el poder a Rajoy, aunque sea en forma de abstención. Fernández no lo ve tan claro como Susana Díaz, que apareció en modo más bien radiante, optimista a pesar de todo. Como si hubiera pasado de un after hours en negro a un spa en rojo.
La conciencia de Antonio Hernando –acompañada de él mismo– también se paseó por los salones recibiendo palmaditas de ánimo. Incluso del propio Rey.