Rajoy como jardinero del consenso

EL MUNDO 27/10/16
JORGE BUSTOS

Que sea Mariano Rajoy quien llame a un tiempo nuevo puede resultar sarcástico. Pero fue el único sarcasmo que se permitió el candidato en un discurso medido, realista y conciliador que no pretendía pasar a los anales de la oratoria. Lo que nos preguntamos ahora es si ese tiempo nuevo en que la oposición suma más escaños que el Gobierno significa un prólogo o un epílogo. Dice Steiner que quizá estamos entrando en una época postracional: que si en el principio era la palabra, bien pudiera ser que en el final sea el ridículo.

Y del ridículo del año perdido –«todo tiene un límite»– quiso volver Rajoy agitando la campanilla al término del recreo. Recordó brevemente que él está ahí no sólo porque ha ganado dos elecciones, sino porque el paso de los meses ha demostrado que encabeza la única alternativa de Gobierno. No quiso sacar pecho, pero todo lo que ha pasado lo supo prever en diciembre, aunque la genialidad estratégica se les atribuya a otros. Mientras hablaba, Pedro Sánchez cruzaba las manos sobre el regazo, sentado en una silla junto a su escudero Patxi López y oponiendo su broncínea tez a los flashes enloquecidos de los foteros. Antes había concentrado un tornado de cámaras al aparecer por el patio, pero allí donde Iglesias –siempre halagado por el interés de los objetivos– se había detenido a gozar su doble juego institucional y partisano, don Pedro se había limitado a murmurar: «El sábado será otro día». Luego se abrió paso lanzando destellos californianos.

Rajoy envainó el filo y tendió la mano, más allá de que la esgrima tocaba hoy y de que las cuentas están ya claras, por una poderosa razón: debe cuidar a sus socios. Debe lograr que le dure este nuevo PSOE que renace tímidamente del fango como un tierno capullo de racionalidad. Debe regarlo cada día, con amor de jardinero no fiel, sino transversal. ¿Será capaz de cambiar el decreto por el diálogo, el rodillo por la regadera? Ayer anunció que sí. Que negociará, escuchará, atenderá. Que contemplará el acuerdo no como un peaje incómodo sino como una exigencia de los tiempos. Incidió en la agenda social, que lo acerca a las fuerzas constitucionalistas de la oposición, invocando el Pacto de Toledo y convocando a los agentes sociales. Recordó que ya dedica seis de cada 10 euros a gasto social –el famoso neoliberalismo pepero, oigan–, pero que se puede hacer más. Fijó un plazo de seis meses para alcanzar un pacto educativo que cuaje un nuevo estatuto del docente, una reforma universitaria, una mejora de la formación profesional y un plan contra el fracaso escolar. Y al decirlo tuvo la deferencia de citar a Ciudadanos, reconociéndole esa bandera. Rivera asentía en su escaño. Y Cifuentes cuchicheaba algo al oído de doña Elvira, que quizá no vio a Mariano tan colaborativo en casa a la hora del Madrid-Cultural Leonesa. En el centro de la tribuna de invitados atendía don Pío García-Escudero con ademán hierático, casi integrándose físicamente en el reloj, como un papamoscas senatorial.

También pronunció seguidamente las palabras corrupción y humildad, que es algo que le han pedido mucho. Y aunque deslizó la adversativa –«nadie está libre de culpa»–, enseñó propósito de enmienda como si vistiera de marinero y celebráramos su primera confesión. Sólo fue tajante en una cosa: la defensa de la soberanía nacional y la unidad de España. Es en este punto donde en los últimos años logra don Mariano cimas de claridad que son himalayas para un gallego. Y aun en esto se abrió a nuevas fórmulas financieras para «acomodar la solidaridad interterritorial», siempre que no atenten contra la igualdad de los españoles. El desafío separatista saca de Rajoy una voz lenta, enfática, presidencial. Sólo falta que la acompañe de hechos donde el Estado lleva décadas batiéndose en retirada.

Fue un candidato metido a negociador: al papel le faltaba el chaleco antibalas y el teléfono, y Rufián al otro lado de la línea amenazando con volar la sucursal. Pero también advirtió que el mismo compromiso constructivo que él asumirá día a día deben asumirlo el resto de diputados constitucionalistas. Y recuerden, señorías: yo tengo el cronómetro; si me embarran la cancha, suspendo el partido.

Hoy, en las réplicas, asistiremos a un intercambio de golpes más ritual que efectivo. Vivimos en un país europeo cuyos dos primeros partidos –como en el resto de Europa– comparten lo sustancial de sus programas, pero aquí tienen que disimularlo más. No solo por el vagar errante de la sombra de Caín, que lamentó el poeta, sino porque un pintoresco extremismo ha seducido a muchos televidentes y anda al acecho de la pálida rosa. Pero si dura la legislatura, la legislatura no será tan dura. Y que nadie se equivoque: no es tanto Rajoy el que necesita cuatro años mandando, como el PSOE cuatros años reconstruyéndose. Podría ser esta una etapa históricamente fértil, si nos quedara fe para creerlo y conociéramos menos el paño.

En cuanto al jaleo callejero, no se manifiestan ya más que los rescoldos del 15-M. Hay 16 millones de votantes por los cinco que simpatizan con nuestros sans-culottes de iPhone 7. Podemos no quiere institucionalizarse porque necesita subsistir como estado de ánimo permanentemente caldeado, pero si la efervescencia revolucionaria agotó a Danton, no va a cansar a Garzón. Si triunfa la estabilidad, los rescoldos se tornarán cenizas. Y dice el Papa que el lugar de las cenizas es el cementerio.