Monseñor Setién ha escrito nada menos que dos libros sobre la soberanía, en el año 2003. Esfuerzo muy importante que no ha realizado para el acogimiento de las víctimas del terrorismo, para el desarrollo cívico del entendimiento plural o para el ejercicio de la justicia social. Sí para avalar moralmente las tesis nacionalistas, llegando a excluir la exacerbación de tal ideología en la motivación terrorista de ETA.
¿La Iglesia calla ante el plan de Ibarretxe? ¿La abstención de los obispos vascos en el debate político actual pasa en silencio el programa soberanista? ¿Tal vez porque el que calla otorga? ¿Es posible que la jerarquía católica en el País Vasco sea incapaz de lograr la concordia en la palabra auxiliadora, frente a la confusión y zozobra de las propuestas nacionalistas?
Ya sabemos que ‘nada de este mundo nos es ajeno’. Menos todavía aquello que tiene que ver con los fundamentos de nuestra vida en sociedad. Pues se dilucida ahora algo más que un ordenamiento jurídico determinado. Han puesto en juego un proceso que cuestiona éticamente las normas constitucionales y destruye instituciones, que significa una fractura política de la convivencia actual. La ruptura del modelo estatutario y la propuesta soberanista atañen a la moral social que sustente cualquier solución futura para nuestra comunidad.
Palabras de referencia a favor de la soberanía han sido dichas por monseñor Setién. Ha escrito el emérito obispo nada menos que dos libros al respecto, en el mismo año 2003 (‘De la Ética y el nacionalismo’; ‘Pueblo vasco y soberanía’). Esfuerzo muy importante que no ha realizado para el acogimiento de las víctimas del terrorismo, para el desarrollo cívico del entendimiento plural o para el ejercicio de la justicia social. Su trabajo ha sido para avalar moralmente las tesis nacionalistas, llegando a excluir la exacerbación de tal ideología en la motivación terrorista de ETA (pág. 120 en ‘De la Ética …’). En el segundo libro va más allá (pág. 136), configurando una curiosa coincidencia de todo el nacionalismo: «En la autodeterminación se materializa y se concreta la ‘cuestión vasca’ y en ella estaría también la raíz última del conflicto y de la violencia vividos en el País Vasco y, en consecuencia, de su solución». ¿Guiño sibilino para ETA o justificación soberanista del plan?
Callada por el momento de los obispos vascos titulares ante el debate político. Podría ser muestra de una cierta prudencia episcopal, acción cautelosa que descargue tensiones, por aquello que ya expresó el jesuita Fernández-Martos: «Hasta el lenguaje sabe a pólvora». En realidad el silencio es también una respuesta vital, como el mutismo monacal tiene valor en sí mismo. Estaríamos ante un gesto de discreción que deja madurar la palabra, pues ya se sabe que «en el principio fue el silencio», sin el que según la filosofía clásica no pudo surgir el verbo.
Ocurre que el ademán afónico de la jerarquía católica vasca tiene sus estruendos. La reacción de monseñor Uriarte ante las palabras «constitucionalistas» del cardenal Rouco rompió el sigilo. Claro que el presidente de la Conferencia Episcopal dijo más cosas que las cuestionadas por el obispo vasco, quien podría haber resaltado partes cohesionadoras del discurso, como las referencias a la prevalencia del interés general y a la inconveniencia moral del partidismo excluyente. Prefirió don Juan María descomponer la prédica del presidente y alzar su voz cuestionando las palabras que le disgustaban, coincidiendo (¡vaya por Dios!) con el mensaje nacionalista.
Nos volvimos a quedar en silencio. Paralelismo curioso al actual tiempo eclesial ‘ordinario’, entre el adviento político del plan, hacia una cuaresma jurídica que se avecina. Algún balbuceo presbiterial, barruntos de incertidumbres generadas, conjeturas con reservas para la acción moral cristiana. Presentimos que, como en la música, tras las figuras del silencio vienen las notas que continúan la partitura. Tendrá sentido la insonoridad, breve – longa – máxima, si contribuye a una melodía coherente con la pretensión del creador.
La luz del silencio vendrá de la palabra posterior, irrenunciable, porque el mundo se construye a partir del verbo. Tendremos que recordar homilías relevantes, como aquélla de Juan XXIII, en ‘Pacem in terris’, al resaltar que «…en el campo de las instituciones humanas no puede lograrse mejora alguna si no es partiendo paso a paso desde el interior de las instituciones». También debemos ofrecer nuevas reflexiones de interés común, integradoras de la pluralidad y exigentes para la discrepancia, las cuales no podrán ser escritas con la rama del albérchigo, el atributo que porta en su mano Harpócrates, el dios del silencio.
Doroteo Santos Diego, ertzaina. EL CORREO, 18/1/2004