Kocomochov

EL MUNDO 20/01/17
F. JIMÉNEZ LOSANTOS

EL PRESIDENTE de la Generalidad de Cataluña, Puigdemont, conocido en su partido como El motxo y fuera de él como Cocomocho y Vileda I, ha anunciado que fijará por ley el precio de los alquileres y multará a los que desobedezcan lo que esa cabeza suya (imitación de la de Flotats, con un toque nonchalant entre la borra y el scotch-brite) diga que cuesta un alquiler. Celebra así los cien años de la URSS, cuna de todos los estados comunistas, desde cuyas fosas cien millones de muertos nos contemplan.

Desde que se tiene noticia de la vida política, allá por Atenas, el gran dilema es si el poder, o sea, el político que lo ocupa, puede establecer el «precio justo de las cosas». Los primeros cristianos, comunistas indoloros, renunciaban a la propiedad pero no imponían esa renuncia a los demás. Eso sólo se hace desde el poder, y su gran perseguidor Diocleciano fue el que de forma más detallada fijó los precios en Roma. Pero nadie prescinde de su propiedad, por magra que sea, si no es a la fuerza, así que hay que quitarle la libertad para robarle; y si se resiste, la vida. De Esparta a Pol Pot, ese es siempre el precio de los comunismos.

Y todo empieza por fijar arbitraria, políticamente, los precios; por impedir que la gente, a través del mercado, decida por cuánto puede vender y acepta comprar. Eso, que los humanos saben por intuición desde siempre, ha costado que los sabios lo entiendan. Los de la Escuela de Salamanca, escarmentados por la inflación y ruina de España por el oro de las Indias, decían: «El precio justo de las cosas depende de tantos miles de decisiones que sólo lo sabe Dios; los humanos debemos contentarnos con el precio de mercado».

Kocomochov no sabrá nada de Molina, Martín Azpilicueta o Tomás de Mercado, pero debería entender que el precio de un alquiler depende de miles de decisiones de miles de personas, desde los que, con préstamos, compraron el solar y edificaron, hasta los hipotecados que compraron. Así, centenares de miles de pisos en Cataluña que sus propietarios alquilan o no. Y tomar esa decisión, que, mandando la CUP, es temeridad, obliga a calcular más: estado de la hipoteca, desalojo de morosos, mantenimiento, precio del mercado de alquiler, etc.

Pues bien, eso que obliga a pensar tanto a tantos, llega Vladimir I. Kocomochov y lo resuelve de un plumazo. Es listísimo.