A la contra

ABC 25/01/17
DAVID GISTAU

· Trump es más vivificante para los odiadores de USA que otros presidentes que mandaban señales de conciliación socialdemócrata

EL estudio según el cual España resulta ser el país más antitrumpista de Europa no debe extrañar si se considera que, por tradición, no existe en el continente un furor antiamericano comparable al nuestro. Trump es un catalizador de odios que trascienden su imagen personal. Como lo fue Bush. Como lo fue Reagan, cuya visita a España llenó las calles de cristales rotos. Como lo es el USMC: «Aquí mi fusil, aquí mi pistola». Aún me causa gracia leer lamentos sobre el antagonismo de Trump con los valores americanos en la misma prensa progresista que siempre hizo una prédica del odio a esos valores y a los Estados Unidos. Me puedo quejar yo, que vivo fascinado por la ciudad en lo alto de la colina.

En España, la patología del antiamericanismo es transversal. La sufre la derecha, donde aún existen unos deliciosos personajes folclóricos que son los rencorosos por el Dolor causado a los vestigios imperiales del 98, a lo poco que quedaba después de la batalla de Ayacucho, la de los libertadores. La sufre, por supuesto, la izquierda, como un residuo intelectual de la Guerra Fría y la penetración gramsciana en las inteligencias oficiales y en sus autoparodias, que después del Muro tuvieron que irse a buscar paladines nuevos hasta en la Yihad. Iba a decir que, en España, y a diferencia de otros países europeos invadidos por Hitler, el antiamericanismo ni siquiera fue refrenado por el auxilio americano en la 2GM –como lo está, hoy, en los países que tienen reciente el recuerdo de la amenaza del expansionismo soviético: un polaco te dirá que nadie los liberó en el 45–. Pero me acabo de acordar del antiamericanismo que existe en Francia a pesar de Omaha Beach, debido en parte al intento del gaullismo de imponer, durante la fundación de la nueva república, un relato oficial y glorioso donde la Liberación fue conseguida únicamente por guerreros franceses que nada debían a bárbaros sajones. Esto último se ha matizado mucho en Francia durante los últimos años, al mismo tiempo que se hacía la dolorosa introspección acerca del colaboracionismo.

Trump es más vivificante para los odiadores de USA que otros presidentes, como Obama, que mandaban señales de conciliación socialdemócrata. Con Trump, el odio a USA se vuelve un festín que sólo exige no desligar al personaje de la historia del país, sino considerarlo una lógica evolutiva. La marcha del domingo en Washington sugiere que esto mismo pasa con los movimientos interiores por los derechos civiles, que acaban de obtener, gracias a Trump, un colosal resurgimiento que los hermana con el recuerdo de las marchas míticas de los años sesenta en ese mismo Mall que se abre como una cicatriz de la ciudad entre el monumento a Lincoln y el Capitolio. Eso hay que agradecerle a Trump: el regreso de unas pasiones con las que uno puede sentirse un heroico resistente, así como conocer gente en las manifas. Hasta el periodismo siente como que planta cara a un tirano, y eso es algo que no nos ocurre todos los días.