Trabajo-cultura, qué gran síntesis

EL MUNDO 06/02/17
SANTIAGO GONZÁLEZ

EN LA segunda mitad de los 80, Alain Finkielkraut publicó un librito que leí con interés y algún grado de aprovechamiento. Se titulaba La derrota del pensamiento y en su primera página incluía una reflexión memorable, recordando una cita generalmente atribuida a Goebbels: «Cuando oigo la palabra cultura echo mano a mi pistola». «Malestar en la cultura», escribía Finkielkraut. «Está claro que nadie, actualmente, desenfunda su revólver cuando oye esa palabra. Pero cada vez son más numerosos los que desenfundan su cultura cuando oyen la palabra pensamiento».

Hoy somos los ciudadanos quienes hemos aprendido a echar mano a la cartera cada vez que alguien pronuncia la palabra cultura. Un suponer, Pablo Iglesias Turrión, que acudió a la gala de los Goya de uniforme: esmoquin con pajarita morada, al igual que el año pasado. El hombre explicó que «vestir de smoking es un gesto de doblar la rodilla ante los trabajadores de la cultura». A la hora que tal sucedía, Iglesias comparecía en una sesión pregrabada de La Sexta Noche, de trapillo, para insultar a Inda, cuya ausencia se había garantizado previamente con los pastueños directores del programa. La vez anterior que se puso faltón con los periodistas, Ramón Cotarelo, que fue profesor suyo en la Complutense, dijo: «¿Va estando ya claro que este hombre, además de narcisista y prepotente, es tonto?».

No tendría uno argumentos que oponer al juicio de quien ejerció tutoría intelectual sobre el joven Iglesias, pero lo que sí parece es un rato cursi. Doblar la rodilla ante los trabajadores de la cultura es un gesto de acatamiento, de sumisión ante gentes de una posición moral e intelectual superior. A eso, antes de que Iglesias naciera, se le llamaba en el Manifiesto Programa del PCE «la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura». ¿Son trabajadores de la cultura la taquillera y el acomodador? ¿Javier Bardem sí? El potro de Vallecas debería prestar más acatamiento a la soberanía nacional que él representa en el Congreso, que al pelotón spengleriano que salvaba una vez más nuestra cultura el sábado pasado en un guateque auspiciado por la televisión pública y patrocinado por una empresa condenada por el Tribunal Supremo por falsificar perfumes.

La fiesta fue pesada y narcisista, como suele. La United Artists se dio un homenaje a sí misma, aunque el presentador, maestro de ceremonias de la cultura no supiera que los hermanos Marx no eran tres, sino cinco, aunque Gummo no trabajara en las películas, pero Zeppo sí: eran cuatro. Bueno, el que dobla la rodilla ante los trabajadores de la cultura tampoco distingue entre Newton y Einstein, váyase lo uno por lo otro. Luego, el vicepresidente de la Academia afirmó que es el cine español el que subvenciona al Estado: «Las salas españolas recaudaron en 2016 más de 605 millones, lo que ha hecho ingresar por IVA al Estado 105 millones. El presupuesto del Estado para el cine ha sido 77 millones. Es decir que la Administración ha ingresado 28 millones más de lo que ha gastado en el séptimo arte. No somos un sector que vive del Estado. Generamos riqueza». Las películas que recaudaron 605 millones fueron todas las que se estrenaron, españolas o extranjeras. El 21% suman 127 millones, no 105.

2016 fue un buen año para el cine en general, pero de los 605 millones sólo el 18,1% fue para películas españolas, 109 millones, que ingresaron por IVA 23. Los 54 que faltan hasta 77, los pusimos entre todos a escote. Ojalá supieran hacer cuentas.