De ahí que no sorprenda que el partido morado enmascare el conflicto que le han planteado los periodistas que cubren su actividad con un gotelé de enfrentamiento entre la casta (Prego) y la gente (ellos). Es un relato muy eficaz para sus incondicionales y para sus comisarios mediáticos, un grupo de colegas apostados en la trinchera digital que se aporrean los pectorales en defensa de la clase trabajadora y que, como es obvio, se han lanzado a descuartizar a la histórica periodista y a intentar descubrir a los traidores. No obstante, resulta más difícil de entender que compañeros que comparten fatigas con los acosados compren una mercancía tan barata.
Llevo toda la semana preguntándome qué hubiesen hecho ellos si hubieran estado en la piel de Prego cuando recibió a una docena de plumillas que le denunciaron con testimonios, mensajes de texto y mails cómo los líderes de Podemos les insultan y amenazan si no están de acuerdo con sus informaciones. Igual lo correcto habría sido explicarles que las presiones son consustanciales a la profesión, que aquí se viene llorado y que ya sabes, Manolete… El único problema es que inmediatamente después habrían tenido que echar la persiana de la APM. Porque si una asociación profesional no sirve para dar amparo a unos afiliados que denuncian el acoso sistemático de unos políticos, ya me dirán para qué está.
Aunque la operación de camuflaje de Iglesias haya estado a la altura de la gravedad de los hechos denunciados, todos deberíamos estar ya acostumbrados a desbrozar la maleza.
Sin embargo, en esta última polémica merece la pena detenerse en los aspectos donde la conducta de los vencedores de Vistalegre puede calificarse, ahora sí, de revolucionaria. La presión política suele canalizarse hacia los directores de los medios desde los círculos de poder, un atributo del que Podemos carece, al menos por el momento. De ahí que su verdadera innovación haya sido ejercerla directamente sobre el eslabón más débil de la cadena, el periodista de a pie, el que está más desprotegido.
No es la única novedad. A la espera de reunir otras herramientas de coacción más potentes, en Podemos han optado por combinar el señalamiento público, un método eficiente cuando se trata de aislar al periodista de sus fuentes, con el amedrentamiento personal en forma de insultos directos o a través de redes sociales. A la eficacia de esto último ha ayudado la relación de cercanía que durante un tiempo establecieron los informadores con los dirigentes del partido, una actitud que, imagino, los primeros han puesto ya en revisión.
Se le puede agradecer al partido de la gente que, en su afán democratizador, haya cohesionado en la denuncia a periodistas de medios de la izquierda y la derecha… de Madrid y de Barcelona. Algo nada fácil en una profesión tan cainita.
La revolución de Podemos consiste en haberse cebado con los plumillas.