La corrupción sistémica de CIU

ABC 24/03/17
EDITORIAL

· Caídas las máscaras, el independentismo queda desnudo, y los argumentos con los que manipulan a la sociedad catalana caen por su propio peso. Tarde, pero al menos hay Justicia

CON la declaración prestada ayer ante los jueces por Maciá Alavedra, mano derecha de Jordi Pujol y consejero de Economía catalán entre 1990 y 1997, ya son cuatro los antiguos cargos de CiU que pactan una sensible reducción de pena con el fiscal para evitar la cárcel en el juicio de la trama Pretoria. Las revelaciones constatan la existencia de un nacionalismo catalán milimétricamente organizado durante décadas para esquilmar dinero público y chantajear a empresarios cómplices de la trama, con el único ánimo de un enriquecimiento ilícito y la financiación ilegal del partido. Ahora no solo se hace evidente la patraña de aquel «España nos roba» que el independentismo usó como lema para justificar su desafío al Estado, sino la realidad de que quienes robaban a todos los catalanes no eran otros que sus propios dirigentes. Pujol y toda su familia, sin excepción, están aún pendientes de saldar sus millonarias cuentas con la Justicia. Pero las verdades admitidas ayer por Alavedra demuestran que el andamiaje de tantas mentiras del nacionalismo se ha derrumbado. Alavedra reconoció que cobraba el 4% de comisión por sus labores de intermediación entre empresarios y la Generalitat para otorgarles contratos públicos. A cambio, la Fiscalía no pedirá penas que conlleven el efectivo ingreso de prisión para él, tiene 82 años, aunque inicialmente solicitaba seis años y 10 millones de euros por tráfico de influencias y blanqueo de capitales. Retirada la máscara, el independentismo queda desnudo, y los argumentos con los que manipulan a la sociedad catalana con la repetición de mensajes emocionales basados en falsas realidades caen por su propio peso.

Durante años, Pujol y CiU sometieron a Cataluña a una corrupción sistémica. Es cierto que la Justicia llega tarde y que al final del camino permite la opción de pactar penas. Probablemente sea una justicia incompleta a los ojos de una sociedad hastiada. Pero al menos queda el consuelo de saber que nadie les acusaba falsamente, que el nacionalismo no es víctima de un «Estado represor que le persigue». Los abusos de Millet y Montull, la inhabilitación de Mas y de Homs, o el camino hacia el banquillo del clan Pujol demuestran que toda la ensoñación separatista tenía una cara oculta basada en meter la mano en el bolsillo de los catalanes haciéndoles creer que los «intereses de nación» lo merecían todo. Todo era una mentira obsesiva, como quizá lo es también el arrepentimiento que dicen sentir ahora, cuando el banquillo se convierte en la antesala de una merecida reclusión. Una Justicia que tarda no es de todo justicia, y conviene revisar toda su estructura para evitar juicios con tantos años de retraso. Pero al menos, conocemos la verdad.