ABC 24/03/17
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
· La democracia hay que defenderla con cuanto tenemos, si no queremos acabar como los romanos del Bajo Imperio. ¿O ya lo somos?
LONDRES ha sufrido otro ataque terrorista con toda la furia vesánica de que el yihadismo es capaz. Como antes, Madrid, París, Bruselas, Berlín, aunque podría ocurrir en cualquier ciudad de provincias o incluso un pueblo. Y puede ocurra si nos contentamos con las velas, las flores, los rezos y no afrontamos la realidad tal cual es: una nueva guerra, mucho más difícil de ganar que la «fría». Aquélla fue entre el comunismo y la democracia. Pero el comunismo, a fin de cuentas, es un producto occidental, Marx no era más que un discípulo secundario de Hegel y al comunismo se le ha llamado «un cristianismo sin Dios». Que los comunistas residuales admiren al Papa actual indica que las bases son las mismas, aunque los métodos y fines difieran. Pero esta guerra es distinta: sin cuartel, sin tregua, sin compromiso. Una guerra total que se libra en todas partes al mismo tiempo. Una guerra en la que luchamos en desventaja, primero, porque el enemigo lo tenemos dentro. Segundo, porque no respeta ninguna de las normas de la guerra tradicional: no hace prisioneros, les corta la cabeza. Y tercero, lo más grave, porque muchos de nosotros no estamos dispuestos a librarla, que es como se pierden las guerras.
Yihad significa en árabe «esfuerzo», pero el yihadismo, según los expertos, lo convirtió, ya en la Edad Media (Antigua para ellos), en «esfuerzo hacia Dios·, y a la postre, en Guerra Santa, que perdura. Nuestro primer gran error lo cometieron los norteamericanos ayudando a los muyahadines afganos a echar a los rusos de su país. Para encontrarse con que los muyahadines eran más enemigos suyos que de los rusos. Y allí siguen luchando. El segundo error fue derribar a Sadam Hussein, que metía en la cárcel a los ayatollas, continuando allí también la guerra. El tercer error fue la «primavera árabe», que sólo ha traído caos a esos países y oleadas de refugiados a Europa.
Hasta que no nos demos cuenta de que el Islam no es sólo una religión, sino también una forma de Estado (el Estado Islámico, Isis o Daesh) con los clérigos como suma autoridad; hasta que no reconozcamos que ésta no es una guerra Este-Oeste, sino del islamismo radical contra todo el que intenta cambiarlo; hasta que no aceptemos que el único capaz de modernizar un país musulmán es su propio ejército, no el nuestro, seguiremos en la inopia y en los atentados. La mejor prueba es que los terroristas viven (e incluso nacen) entre nosotros, al parecer integrados, en realidad odiándonos.
Pero preferimos seguir jugando a izquierdas y derechas para ver cuál conserva mejor el «Estado de Bienestar», olvidando que pueden matarnos en la calle. Necesitamos una democracia más fuerte, más firme, más convencida de si misma. ¿Cómo es posible que aún haya policías ingleses sin armas de fuego, como cuando bastaba la presencia de un «bobby» para alejar el crimen? La democracia hay que defenderla con cuanto tenemos, si no queremos acabar como los romanos del Bajo Imperio. ¿O ya lo somos?