JAVIER PANIAGUA – EL MUNDO – 24/06/17
· Cuando se debatía si los valencianos eran del Reino de Valencia o del País Valenciano, Joan Fuster, el ensayista valenciano, proclamó: «El País Valenciano será de izquierda o no será». De hecho, las disputas de los símbolos, la lengua y la denominación del territorio acabaron en un acuerdo estatutario de 1983 con Comunidad Valenciana, denominación aséptica para superar batallas. Acogiéndonos a ese presagio podemos preguntarnos si España como Estado, como unidad territorial con puntos comunes homogéneos entre sus pobladores, sería una realidad compatible con sus diferentes nacionalidades y regiones, o por el contrario sólo perviviría si se mantiene un principio legal de autoridad único por encima de las particularidades que reclaman en algunos casos su independencia y en otros la federación o confederación.
Es decir, si las distintas propuestas de algunas izquierdas concretadas en un Estado plurinacional, federal o confederal, tienen alguna virtualidad, o si la única manera de mantener España es mediante una estructura unitaria basada en una legalidad que impida la secesión de una de las partes. El sistema autonómico de 1978 puede haber llegado a un punto de inflexión a pesar de sus aceptables resultados.
La historia contemporánea española, la de los siglos XIX y XX, está caracterizada por un péndulo que oscila entre fuerzas centrípetas y centrífugas. Tal vez podríamos remontarnos al siglo XVIII, cuando el cambio de monarquía, de la Casa de Austria a la de Borbón, evidenció dos maneras de entender la relación del poder con los territorios. El mantenimiento de los viejos reinos y coronas con sus especificidades y leyes de tradición medieval se mantuvo al menos formalmente hasta el reinado de Carlos II. Fueron los Borbones los que unificaron el naciente Estado moderno, y posteriormente ambos modelos, dentro ya de la etapa constitucional, pugnarían en la lucha entre liberales y carlistas en el siglo XIX. Partidarios estos de reconstruir los antiguos fueros y aquellos de crear un Estado unitario bajo una misma bandera y unas mismas leyes proyectando la nación unitaria, fueron los elementos principales de los enfrentamientos del siglo XIX con tres guerras civiles.
Pero los liberales no fueron una fuerza homogénea; desde los moderados a los demócratas y los republicanos, a su vez divididos en unionistas y federalistas, se debatió la construcción del Estado liberal. Por una parte, una línea de fractura entre una España unitaria y otra diferenciada en los fueros carlistas o los estados federales. Por otra, una concepción restringida o amplia de la participación política, democracia censitaria frente a sufragio universal, autoritarismo frente a amplias libertades.
De los liberales moderados y centristas se evolucionó a los partidos unitarios de la Restauración de 1876. De los republicanos, a anarquistas y socialistas. De parte de los carlistas y republicanos federales a los movimientos nacionalistas de catalanes, vascos, gallegos, navarros, canarios y valencianos, con versiones de izquierda y derecha. Y así, se llegó a la II República, a la Guerra Civil y al Franquismo con una permanente fractura entre una España-nación frente a lo que ahora se explicita como España plurinacional, que recoge la tradición nacionalista, carlista y federalista, a izquierda y derecha.
Cuando ahora el PSOE en su 39º Congreso dictamina la plurinacionalidad, pero disminuye el poder de los llamados barones, que son los representantes de la España autonómica, está reforzando el poder de Ferraz frente al del resto de federaciones, articuladas en las autonomías. Sánchez se erige en representante de todos los militantes del PSOE y considera que los demás secretarios generales deben limitare a su circunscripción, pero atendiendo a lo que se dictamine desde la Ejecutiva de Ferraz, haciendo una excepción para vascos y catalanes.
Sin embargo, muchos de los afiliados se corresponden con los secretarios autonómicos refrendados en los congresos. Lo que se está haciendo es reforzar la unidad frente a la diversidad con la excusa de la plurinacionalidad. Esta sirve para dar una salida a Cataluña y Euskadi, algo que ya hizo la II República, pero a cronificar al resto de autonomías. Una manera de rehabilitar la Loapa por otros medios y enmascararla en el federalismo sin que se especifique el modelo de estados federales al que se quiere adscribir. Así, podemos llegar a una España unitaria que admite las anomalías de Cataluña y Euskadi. ¿Qué pasará cuando gallegos, canarios, valencianos, navarros, astures, cántabros, andaluces o castellanos quieran también reafirmarse y reclamar asimismo lo que consideren oportuno? ¿Podrá admitirse una España nación, unitaria; y otra, la de Cataluña y Euskadi, que tenga su propia dinámica? ¿O tendremos una pluralidad de naciones?
Eso ya se discutió en la Constitución de 1978 y por ello el sistema autonómico se extendió a todos los territorios con la convicción de que unos, los del acceso por el 143, tendrían una autonomía moderada, y otros, los del 151, donde se coló Andalucía sin preverlo, adquirirían más competencias. Pero la dinámica social y política rebasó esa expectativa y hoy la identidad territorial se extiende por doquier al tiempo que la idea unitaria se mantiene en muchas mentalidades en una permanente contradicción: queremos la unidad de España, pero también la diversidad. Como queremos reproducir los símbolos emotivos del pasado con el canto de la Internacional. Y en el caso de Cataluña, Euskadi y algo Galicia, una parte sustantiva de sus ciudadanos quiere una distinción que resulta difícil de concretar. Y en eso estamos.
Javier Paniagua es catedrático de Historia de la Uned y fue diputado socialista entre 1986 y 2000.