JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS – EL CONFIDENCIAL
· El proceso soberanista catalán ha cometido un cúmulo de despropósitos. Pero el mayor ha sido el de resucitar, poner en valor y otorgar el carácter arbitral definitivo a los nuevos anarquistas de la CUP
Cualquier empresario catalán de linaje emprendedor conoce bien lo que es la CUP. Basta repasar la historia de Cataluña para entender que lo que están ensayando con bastante éxito los antisistema no es nuevo en aquella comunidad sino un ‘revival’ del primer tercio del siglo pasado. Se trata de un anarquismo independentista que solo tiene semejanza con el que existe, muy minoritario, en la Bretaña francesa. Pero que enlaza con el anarquismo catalán que ha sido una forma de expresión muy de aquella tierra coincidente en su mayor emergencia con crisis nacionales de gran envergadura.
La CNT se creó en Barcelona en noviembre de 1910 y el POUM también en la ciudad Condal en 1935, con aquellos líderes tan conocidos como Joaquín Maurín y Andrés Nin. En la cercana Valencia se fundó la FAI en 1927, y todas estas organizaciones actuaron en Cataluña preferentemente tanto antes como durante la Guerra Civil española protagonizando hechos de terrible violencia y, en todo caso, de enfrentamiento e insurrección. El anarquismo español es históricamente el catalán y regresa ahora de la mano del llamado proceso soberanista porque el anarquismo es parasitario de coyunturas político-sociales de convulsión.
La imitación leninista del cartel bajo el lema «barrámoslos» sitúa a la CUP justamente en el pasado anacrónico que representan
Lo que hace la CUP, su Kale Borroka contra el turismo, es una manifestación bien elegida de sus propósitos subversivos acompañados de una forma de violencia que no llega, por el momento, aunque puede hacerlo, al denominado terrorismo de baja intensidad. Hay algún cuchillo blandido, bengalas y petardos, pintadas y coacciones, todo ello propio de una escenografía que trata de enviciar el ambiente social, infundir algunos miedos y, sobre todo, situarse a la vanguardia de la ruptura de la legalidad en Cataluña llevando de remolque a los republicanos y a los otrora convergentes.
La CUP marca el paso a unos y a otros. Sus intereses son solo en parte coincidentes con los del PDeCAT y ERC porque la independencia catalana es instrumental para desfondar el modelo de 1978 y abordar un proceso constituye disolvente del sistema constitucional. Así hay que interpretar la campaña pro referéndum presentada el pasado jueves con el lema «barrámoslos», incluidos en esa «barrida», además de los «españoles» (del Rey al presidente del Gobierno), también catalanes que colaboran en la secesión con la CUP sean Pujol o Mas. La imitación leninista del cartel sitúa a los cuperos justamente en el pasado anacrónico que representan.
La CUP ya guillotinó a Artur Mas, ahora marca el ritmo a un independentista del interior catalán con evocaciones carlistas (por ello, tozudo y estérilmente épico) como Puigdemont. Y si los unos y los otros flaquean en el tramo final de la apuesta, los cuperos sacaran a relucir el arsenal anarquista que llevan dentro. Lo harán en las instituciones que boicotean desde dentro y lo harán en la calle, un terreno que dominan. Por eso el juicio del futuro será muy severo con aquellos que conociendo la historia de Cataluña entregaron la llave de su porvenir a los que en el pasado la condujeron al desastre. Hay formas de suicidio político muy sutiles, casi imperceptibles. La de la burguesía catalana está siendo, sin embargo, tan evidente que resulta obscena.