RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC
Con sangre corriendo por las Ramblas, lo relevante era marcar el hecho diferencial ante el mundo
«N OS hemos levantado consternados, pero también determinados a ganar la batalla al terrorismo y hacerlo con la mejor arma que tiene la sociedad: la solidaridad, la convivencia, la libertad y el respeto». Lo declaró Carles Puigdemont ayer, junto al presidente del Gobierno. El intento de aparentar un empeño común que ambos presentaron quedaba descalificado con esa declaración. Rajoy sólo había pedido una cosa: unidad. Puigdemont se cuidó muy mucho de hacer la menor referencia a tan peligroso concepto –al menos para él–.
Y no pueden entender la necesidad de unidad porque no se dan cuenta de que estos ataques van contra todos nosotros, porque para esos asesinos todos somos igual de enemigos. Los independentistas, los de la CUP y los de la Vega de Pas estamos en el mismo barco. Y así lo entendió el mundo entero cuyos medios de comunicación seguro que tuvieron más dificultad en encontrar un traductor del catalán para las palabras del consejero de Interior y del presidente de la Generalidad que si se hubiera empleado la lengua española. Pero con la sangre corriendo por las Ramblas, lo importante no era denunciar ante el mundo lo que habían hecho unos criminales. Lo relevante era marcar el hecho diferencial ante los extranjeros. Y con esa actitud, es evidente que resulta imposible conseguir unidad frente al enemigo.
No queda más remedio que recordar cómo en tiempos de Jordi Pujol se favoreció el asentamiento de musulmanes en Cataluña con aquella teoría de que con ellos sería más fácil promover un Estado independiente. Así hemos llegado a que hoy haya en Cataluña 400.000 musulmanes, el 20 por ciento del total que hay en España y que el excelente análisis del Citco que ayer citaba Pablo Muñoz en estas páginas estime que Cataluña es hoy el punto de mayor riesgo de radicalización islamista de España.
En los trece años transcurridos desde la barbarie de Atocha el islamismo no había podido atentar en España. La impresionante labor del CNI y de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado ha sido un gran éxito universalmente reconocido. Se detienen tantos potenciales terroristas que el hecho ya casi no es noticia en los medios de comunicación. Un breve en las páginas de los diarios y poco más. Las lecciones que aprendimos del 11-M nos enseñaron que los islamistas se aprovecharon entonces de la división de los españoles frente a la guerra en Irak para interferir en sus elecciones con un éxito arrollador. Ahora han visto una nueva oportunidad de éxito con el proceso secesionista de Cataluña. En la situación de inseguridad que vive Europa todas las democracias despliegan el ejército por las calles para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Acabo de pasarme días en Biarritz haciendo kilómetros entre soldados que vigilan las playas armados con metralletas. Números sorprendentes de militares ayudando a cuidar del orden público. Pero los islamistas saben que no van a tener que enfrentar ese problema en Cataluña. Porque en Cataluña hablar de un despliegue de las Fuerzas Armadas españolas para proteger a la población y a los turistas es anatema. Ya vimos a Colau agradeciendo la intervención de la Guardia Civil en la huelga de El Prat sin mentar al benemérito instituto. Pues imagínense tener que desplegar soldados con la bandera de España por las calles de Barcelona o Cambrils.
Somos muy débiles y ellos saben que lo somos y se aprovechan. Es lógico. Y cuando han visto que los aliados de Ada Colau han puesto en marcha una turismofobia sin parangón en el mundo entero han dicho: «Hagámosles un favor. Acabemos nosotros con su turismo como en Túnez, Argelia, Libia…». Y en esas estamos.