Arcadi Espada-El Mundo
DURANTE 40 AÑOS los discursos del Rey de España pertenecieron al género oracular. Cada Nochebuena, entre el Rey y el besugo, la inteligencia de la nación afilaba el lápiz y decía a los españoles lo que el Rey había querido decir. Y no solo: también lo que no había querido decir. Solo una vez rompió el Rey la tradición y fue la noche del 23 de febrero cuando dio una orden inequívoca que todo el mundo entendió, y Milans del Bosch el primero, sin necesidad de hermeneutas. Parecía que su hijo Felipe VI se adhería a la tradición hasta que en la Nochebuena de 2015 pronunció esta frase: «La ruptura de la ley, la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles solo nos ha conducido en nuestra historia a la decadencia». Aún no era una orden. Ada Colau, que en cuanto llegó a la alcaldía dijo que solo acataría aquellas leyes con las que estaba de acuerdo, y Artur Mas, que había convocado un año antes el referéndum del 9 de noviembre gracias a su deslealtad y a la pasividad del Gobierno, hicieron como si no hubieran oído. La orden de Felipe VI llegó el 3 de octubre de este año. Aquella mañana el portavoz del Partido Popular, Rafael Hernando, tuvo la inoportuna idea de asegurar que el Gobierno no aplicaría el 155. Por la tarde el Rey dio prístinas instrucciones a Hernando y, lo que era más importante, al presidente Rajoy. Tres semanas después el 155 entraba en vigor y Cataluña recuperaba la legalidad. El Rey no volvió a hablar hasta ayer, y había una cierta expectación entre los hermeneutas por si debían volver al trabajo. Decepción. El Rey habló con una claridad al alcance de todos los españoles. Las dos palabras claves de su discurso fueron: actualizándola y exclusión. El referente explícito de la primera en su discurso fue España, pero la cadena Constitución+actualizando a 950 mil googles. En cuanto a exclusión no hay mayor duda: identifica la actitud primordial del separatismo y sobre ella hizo sonar el Rey un claro clarín de advertencia: no sigan por ese camino.
El discurso apenas tuvo más ortopedia que la de una artificiosa sintaxis televisiva: cada tanto el Rey se obligaba a un brioso juego de cervicales. La pregunta, ahora, es si la crisis española acabará cuando el Rey vuelva al eufemismo y al circunloquio, al sopor almendrado de la Monarquía.