Teodoro León Gross-El País
El exentrenador del Barcelona ha asumido, abiertamente, la misión de propagandista internacional del ‘procés’, y semana tras semana difunde consignas con el altavoz formidable de la Premier
Hay una estratagema lógica recurrente, la falacia del cambio de agujas, para los británicos falacia del arenque ahumado: se trata de una maniobra de distracción para sacar el debate de la pista central, y llevarlo a una pista paralela, a menudo irrelevante. Se la conoce así porque se usaban arenques para despistar a los perros de caza en el entrenamiento. Es lo sucedido, por ejemplo, el 1-0. Los independentistas focalizaron todo en las cargas policiales, obviando la ilegalidad de la cita, el trilerismo con el TC, el montaje chapucero de las urnas, la descarada complicidad de los mossos… Todo eso se silenciaba y allí lo sucedido fue, sin más, un ataque policial gratuito y bárbaro. Los indepes se manejan bien ahí. Y se ha comprobado estos días, una vez más, con un artículo del arriba firmante titulado Las mentiras de Guardiola y otras mentiras. La tesis era clara: el exentrenador del Barcelona ha asumido, abiertamente, la misión de propagandista internacional del procés, y semana tras semana difunde consignas con el altavoz formidable de la Premier; y de hecho se mencionaba su último mensaje de «seis millones han hecho todo de forma pacífica, del presidente Puigdemont al último». Tres ideas, y las tres falsas. Pues bien, la reacción ha sido ignorar las mentiras y poner el grito en el cielo porque en el último párrafo se hacía una analogía como propagandista pertinaz con el juego de palabras algo ramplón de Goebbelsdiola.
La frase por supuesto no calificaba a Guardiola de nazi (¡valiente bobada!) sino que alude a su condición de propagandista decidido a repetir mil veces las consignas, rueda de prensa tras rueda de prensa, hasta que parezcan ciertas. La analogía histórica es, de hecho, una técnica habitual. Comparar a alguien con la actitud de Nerón mientras ardía Roma, o con Enrique IV asumiendo que París bien vale una misa, o con el Cid ganando batallas después de muerto… no equipara personajes, sino actitudes o tesituras. Quien esté libre de haber hecho analogías históricas, que tire la primera piedra. Por demás, como sostiene la Ley de Godwin, «a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación con los nazis tiende a uno». Pero todo esto es obvio; sencillamente la reacción histérica con Goebbelsdiola era un arenque ahumado para desviar la atención de las mentiras. Nadie, en miles de ataques desde las redes, cuestionaba la tesis del artículo. Ninguno aportaba un solo contraargumento. En cambio, todos se rasgaban las vestiduras escandalizados. Algún periodista catalán sí llegó a decir: «es un dios culé». Tal vez eso explique que se le rinda fe, y no la razón.
Lo interesante del episodio va, desde luego, más allá de Guardiola. Quienes claman «¡Comparar con Goebbels! ¡Nos llaman nazis!» con teatralidad impostada, son los mismos que, día tras día, hablan de la España del siglo XXI identificándola con otro régimen totalitario de pasado sangriento como el franquismo. Son los que comparan al líder de Ciudadanos con José Antonio, o llaman Brunete Mediática a los medios de Madrid. Proyectar España en el exterior como Francoland ha sido una estrategia central. Puigdemont alude al franquismo en su mensaje a la ONU, y en Dinamarca dijo «La sombra del franquismo es alargada…». Rufián va más allá, y remata «Queremos el país que nos robaron hace 80 años». En las tertulias de TV3 cada día hay quién exclame: «¡Quieren hacer papilla a los catalanes, son unos franquistas!». O sea, ellos se regalan barra libre para hacer comparaciones, pero, ah, ¡con Cataluña ni una broma! Ahí se ponen exquisitos, con un cinismo marca de la casa. Este episodio anecdótico, en fin, ciertamente proporciona una buena lección de la técnica y la ética de la propaganda procesista.