Jorge Bustos-El Mundo
Abril es el mes más cruel, advertía Eliot en La tierra baldía, pero la crueldad solo la reconoce el que la padece: el resto la disfruta. Al menos en política, y al menos en España. A doña Cifuentes la vida le parecerá muy injusta en estos momentos, pero si piensa así es porque a partir de un número determinado de trienios en la administración uno pierde de vista las razones para indignarse de los excluidos del maná público, en este caso los estudiantes que se aplican y no son contratados. En esta legislatura baldía como el poema de Eliot ya no se habla de otra cosa más que de Cifuentes, cuyo espectro aullante recorría ayer los pasillos del Congreso en cada corrillo y en cada canutazo, mientras en el hemiciclo los oradores regaban en vano la tierra estéril de la dialéctica parlamentaria, donde hace demasiados meses que no florece un pacto, una reforma, siquiera un insulto creativo.
Con Rajoy en Argentina, varios ministros de pellas, los líderes de los restantes partidos sumergidos en el iPhone –«¿Habrá dimitido ya?»– y don Catalá en el papel protagonista, muy trepidante no podía ser la sesión. A mí, sin embargo, me gustan estas mañanas anodinas donde lo relevante es relevado por lo revelador. Por ejemplo, el milagro primaveral de oír varias verdades seguidas en boca de un diputado independentista, cual es Carles Campuzano. «No cabe minimizar el varapalo de la justicia alemana» (cierto: siempre es un palo la traición de un socio). «La democracia en España se está deteriorando» (cierto: se ha deteriorado mucho en la zona nordeste de España). «Ha sido la incompetencia la que nos ha llevado hasta aquí» (muy cierto: la del Gobierno central, que no creyó que el nacionalismo cumpliría su promesa de golpe de Estado). Y sobre todo: «Esta legislatura está agotada». Baldía, si nos ponemos poéticos.
Tras este rapto involuntario de realismo, la oposición recuperó el tono hiperbólico habitual. Adriana Lastra acusó a Montoro de perpetrar los presupuestos más antisociales de todos los tiempos. Es una mentira grosera –a Montoro le acusa la derecha de manirroto, cuando no de comunista soterrado–, pero desde que se inventó la opinión pública sabemos que ejercer la oposición consiste en encadenar con soltura trolas que desgasten al Gobierno, del mismo modo que gobernar exige encadenar con soltura trolas que desgasten a la oposición. Y se han entregado al desgaste con tal diligencia que la legislatura, efectivamente, ya es indistinguible de un erial.
Las dos mejores intervenciones del día versaron sobre educación. Meritxell Batet dirigió un retruécano certero a Méndez de Vigo, con Cifuentes en el corazón: «No es la universidad la que crea un problema a la política, sino la política del PP la que ha creado un problema en la universidad». Muy exacto mientras Batet no restrinja el desprestigio a los tentáculos populares, que los socialistas o los podemitas tampoco son mancos en sus chiringos. El ministro aún tuvo que defenderse del filo de Girauta: «Llámeme excéntrico, pero ¿sería mucho pedir que se pudiera estudiar español en España?». A quién se le ocurre preguntar eso aquí. Qué va a ser lo siguiente, ¿pedirle a Dastis que influya en Eurovisión?