IGNACIO CAMACHO-El ABC

Nuevo significa nuevo. Sin hipotecas. La supervivencia del PP exige una ruptura consigo mismo, una catarsis completa

ACIERTA Rajoy: su tiempo ha terminado. La política española ha entrado en una fase de vértigo tornadizo que exige respuestas ágiles, movimientos rápidos. El gran error del expresidente ha sido el de posponer su sucesión, el de apurar su tendencia refractaria a los cambios. Pero su instinto pragmático, aunque tarde, le ha funcionado para darse cuenta de la necesidad categórica de un volantazo que ya no es viable ni creíble con él a los mandos. El PP no puede sobrevivir enrocado, ni resistirse a la demanda renovadora de la sociedad, de sus propios votantes, de muchos de sus militantes y cuadros. Si existe alguna posibilidad de que siga siendo la referencia del centro-derecha español, un proyecto más sólido y mejor implantado que el que ahora mismo ofrece Ciudadanos, pasa por una catarsis que rompa con el pasado y consolide cuanto antes un nuevo liderazgo.

Nuevo significa nuevo, sin gravámenes ni hipotecas. Sin «tutelas ni tutías», como le dijo Fraga a Aznar a finales de los ochenta. Rajoy no se las va a imponer a su heredero porque él mismo las sufrió y sabe lo que pesan, pero se trata de algo más que de eso: se trata de que el futuro líder –o lideresa– no cargue con ningún tipo de dependencia. Lo que incluye alejar toda tentación de tardomarianismo para proceder a una reconstrucción completa, o más bien a una refundación que sólo pueden ejecutar ya generaciones más modernas. Desde luego, nadie de la achicharrada nomenclatura actual, nadie que le deba al jefe saliente su paso por el poder en La Moncloa o en Génova. La supervivencia del partido exige una tarea –ingrata para el que le toque– de implacable limpieza, de ruptura simbólica y real con la etapa de poder pretérita. Hasta la sede, si fuera posible, habría que venderla, porque la marca está contaminada por el amianto de la corrupción y sufre una fatiga de materiales agravada por el estigma del odio de la izquierda.

Sin embargo, más allá de su valle de lágrimas, el PP aún tiene una oportunidad en la desgracia, favorecida por la evidente descolocación de Cs ante lo que Rivera llama «el cambio de pantalla». El Gobierno de Sánchez abre una ventana de expectativas para quien sea capaz de identificarlas, para el partido o el dirigente que sepa conectar con el sentimiento de orfandad repentina que el vuelco de poder ha dejado en casi la mitad de España. Para el que encuentre el modo de romper amarras, de pasar página y de levantar una alternativa, no de rabia ni de frustración, sino de esperanza. Para el que mejor represente a la España liberal, meritocrática, antidoctrinaria, ecléctica, moderada.

Falta saber si queda en la organización, acostumbrada a la obediencia y al sometimiento, inteligencia colectiva para hacer esa imprescindible transición sin devorarse en duelos internos. A Rajoy, quizá la Historia le haga un monumento. Virtual para que no lo derriben los caínes sempiternos.