IGNACIO CAMACHO-ABC
Sin más objetivo que el de convocar elecciones y ganarlas, Sánchez puede hacer cualquier cosa y su contraria
LA izquierda sólo tiene un rival a su altura en la creación de marcos de propaganda, y son los nacionalistas, expertos en inventar y divulgar mitos políticos con un altísimo índice de eficacia. Juntos forman un tándem imbatible, una auténtica máquina publicitaria capaz de vender la cita Pedro Sánchez con Torra como un acontecimiento de excepcional relevancia. Durante dos semanas, ambas partes han convertido los mantras de la distensión, el «diálogo sin cortapisas» y parecidas matracas en expectativas de novelería falsa: Mas y Puigdemont ya plantearon a Rajoy sus demandas de autodeterminación y se fueron sin nada, como sin nada se irá Torra mañana por la simple razón de que ese presunto derecho no está reconocido en España.
A los dos les conviene, sin embargo, esta comedia de mutuo acercamiento. Al presidente del Gobierno, porque necesita perfilarse como un hombre de talante abierto, capaz de hablar con el mismísimo «Le Pen» para explorar vías de acuerdo. Al de la Generalitat, porque antes de volver a echarse al monte, si se da el caso, tiene que declarar agotada cualquier vía de encuentro y dejar claro que sólo el Estado es responsable de los problemas de su oprimido pueblo. Tanto el uno como el otro pretenden cargarse de razones para sus futuros movimientos, sin descartar que puedan encontrar un recorrido común con ciertos puntos de consenso. Si la charla sale bien en ese aspecto, el Gabinete contará con oxígeno para sobrevivir un tiempo. En cualquier caso, del contenido real de la conversación no nos enteraremos. Esa reunión será un juego entre trileros.
Sánchez entiende que no tiene nada que perder en su diálogo con el separatismo. Contra quienes creen que está dispuesto a abrir el modelo constitucional, ése no es –todavía– su objetivo. Solo piensa en clave electoral y no hará nada que pueda perjudicarle en ese sentido. Su plan es el de mostrarse receptivo para diferenciarse de Rajoy y aflojar los recelos del soberanismo, pero conoce los límites de esa estrategia ante las urnas y difícilmente se arriesgará a recibir un castigo. Quizá pretenda que sea la intransigencia nacionalista la que favorezca su designio; que nadie se extrañe si de repente, ante un nuevo desvarío del bloque de independencia, invoca otra aplicación del Artículo 155. Una maniobra mefistofélica que pondría en severos aprietos al PP, al que obligaría a poner la mayoría en el Senado a su propio servicio.
Con los comicios en la cabeza, Sánchez puede hacer cualquier cosa… y su contraria. No ha tomado el poder para gobernar sino para convocar elecciones y ganarlas. Las decisiones del Consejo de Ministros son su programa y el CIS, a cuyo mando ha puesto a un hombre de confianza, el cuaderno de bitácora. Esta legislatura se acabará en el momento en que considere que puede usar, en un sentido o en otro pero siempre en su beneficio, la cuestión catalana